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Gasté su caudal y su nombre, porque fuí una mujer galante, una aventurera; porque en mi sed de gozar me olvidaba de mi honra, como me había olvidado de mis padres, como me había olvidado de mi esposo. ¡Oh! ¡oh! vos sin duda exageráis, señora. Os digo la verdad; no he querido engañaros.

Este hombre fumaba, mirando en torno inquietamente, como si sus sentidos, aguzados por la vida aventurera en el desierto, le avisasen la cercanía oculta del enemigo. De vez en cuando estiraba el cuello, mirando á lo lejos con el deseo de ver la llegada de alguien. Ataquémosle dijo en voz baja don Carlos.

Esto asombró a las mendigas más aún que la generosidad de momentos antes. Sus ojos cándidos y virginales deshonráronse con una viva chispa de malicia; tras la inocencia infantil asomó la precocidad de la vida aventurera, las lecciones infames aprendidas sobre el barro de las calles; y las dos, apretando convulsivamente sus puñados de pesetas, huyeron como si las amenazase un terrible peligro.

Había bastado que la infeliz joven abandonada, miserable y quizás mal oliente se trocase en la aventurera elegante, limpia y seductora, para que los desdenes del hombre del siglo, que rinde culto al arte personal, se trocaran en un afán ardiente de apreciar por mismo aquella transformación admirable, prodigio de esta nuestra edad de seda. «Si esto no es más que curiosidad, pura curiosidad... se decía Santa Cruz, caldeando su alma turbada . Seguramente, cuando la vea me quedaré como si tal cosa; pero quiero verla, quiero verla a todo trance... y mientras no la vea, no creeré en la metamorfosis». Y esta idea le dominaba de tal modo, que lo infructuoso de sus pesquisas producíale un dolor indecible, y se fue exaltando, y por último figurábase que tenía sobre una grande, irreparable desgracia.

Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos y otros modos de llevar a los encantados. ¿Qué te parece desto, Sancho hijo?

Madre, yo no enamoro ni pretendo ahora a ninguna aventurera, a ninguna dama galante, a ninguna mal casada. Si tiene usted noticias tales, está usted mal informada. Pues entonces, ¿por qué no te dedicas a tu prima Adela? Se diría que el cielo la destina para ti. ¡Es tan buena, es tan discreta en medio de su inocencia! Y hablando en confianza..., la creo muy propensa a prendarse de ti.

Uno de los primeros que acudieron al campamento en busca de trabajo fué un inglés que llevaba muchos años vagando de un extremo á otro de la América del Sur. La última etapa de su existencia aventurera había sido en el corazón del Paraguay, comerciando con las tribus salvajes; tráfico que no parecía haberle hecho rico.

Al fin, un vagabundo que iba de boliche en boliche por las diversas salitreras para robar con sus malas artes de jugador el dinero de los trabajadores, le dió noticias sobre el desaparecido, después de repasar los recuerdos de su propia vida complicada y aventurera.

Corrió, sin embargo, a los pocos días por los periódicos la noticia de que el marqués de Sabadell había acusado de ladrona ante los tribunales a cierta aventurera francesa llamada mademoiselle de Sirop; súpose más tarde que esta había desaparecido, y murmuróse, por último, muy sotto voce, que el mismo marqués, su acusador público, la tenía escondida en su casa: nadie pudo comprobar, sin embargo, la exactitud de este hecho inexplicable.

Y cuando no los subyugaba ni los rendía el influjo encantador de la aventurera italiana, acudían en tropel a atormentarlos mil amargas cavilaciones que le herían y emponzoñaban el alma y sacaban a su rostro el color rojo de la vergüenza. ¿Qué héroe de tan ruin condición era él cuando tal dama llevaba consigo?