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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Parecíase a Sabel, y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto diseño de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían hacia el vino color de topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño de él.
Ambas se miraron a los ojos y se declararon, con un chispazo, el odio que ardía en el fondo de sus almas. Pero habían cambiado las circunstancias. Amalia era cinco años atrás la dama más elegante y distinguida de la población, la única cuyo porte y refinamiento de costumbres trascendía a otra esfera más culta y espiritual. Fernanda la aventajaba ahora infinitamente. Aquélla había envejecido de modo ostensible. Entre sus cabellos se veían ya bastantes hebras plateadas; su tez, siempre pálida, había perdido toda su frescura; además, había perdido el deseo y el gusto para vestirse, se había ido plegando poco a poco bajo la presión de la sociedad ordinaria y cursi que la rodeaba, adaptándose a ella y descuidándose más y más de su persona. El contraste era, por lo tanto, más vivo. Bien lo advirtió la noble esposa del maestrante y se sintió humillada hasta el fondo de su ser. Una sonrisa de despecho contrajo sus labios mientras cambiaba con Fernanda los obligados saludos.
El más glorioso conquistador no aventajaba en orgullo y satisfacción a Perucho en tales momentos, cuando juzgaba evidente que había salvado a la nené de la degollación segura y puéstola a buen recaudo, donde nadie daría con ella.
En una de las discusiones que se suscitaron, Luís, siguiendo su eterna manía, trató de convencer al Padre de que el guingón que se fabricaba en Francia aventajaba en mucho al que producen los telares de Barcelona; el buen Padre que no conocía Francia, ni su guingón, que era español rancio y por ende castellano viejo, que se levantaba invariablemente á las cinco, comía la prosaica olla con mucho azafrán, sobra de jamón y falta de huesos, á las doce, que la monumental jícara de espeso chocolate le era tan necesaria al cuerpo á las cinco, como necesarios para la guarda de su regla los maitines á las doce, oía sin pestañear á mi buen amigo Luís, sonriendo maliciosamente.
Vea, Garona, tiene que preparar una buena comidita para don Melchor y esos mozos, ¿sabe? decía Baldomero al dueño de casa, casa que aventajaba sin duda a la más surtida y completa de las de la misma capital, pues era hotel, tienda, ferretería, almacén, bar y... ¡botica! todo junto, bajo la conspicua dirección de su dueño, Saverio Garona, italiano gordo y bonachón que usaba alpargatas y chambergo.
El uno valía para vencer y reducir á la obediencia á los rebeldes; el otro para gobernar sabia y blandamente á los sumisos. Con esto se aquietaba Doña Antonia y vivía en santa y dulce paz con su hija, á quien había enseñado todas sus habilidades caseras, reconociendo la maestra, sin envidia y con júbilo, que casi siempre se le aventajaba ya la discípula.
Pero el joven monarca mostraba especial predilección á la pompa externa del arte, y edificó un teatro en su palacio del Buen Retiro, que por su lujo, la riqueza de sus decoraciones y lo perfecto de sus máquinas, aventajaba á todos.
Otro día sacarían loza, imágenes, y caballos de cartón de los que daban, a partir ganancias, en la fábrica de la calle del Carnero. Largamente hablaron ambas de su negocio, y se alababan recíprocamente, porque si Cuarto e kilo era de lo que no hay para la adquisición de género por gruesas, a la otra nadie aventajaba en salero y malicia para la venta al menudeo.
Decíase entre las damas piadosas, y esto llegaba a sus oídos, que, si era cierto que tenía palabra más fácil que el joven excusador, la mayor parte de las veces «no había sustancia en lo que decía,» y que éste le aventajaba mucho en peso, en razón natural y en instrucción.
En aquella carrera furiosa sacudió un garrotazo á Gabriel de Arbín que le hizo morder el polvo, machacó las costillas á Pepín de Solano y alcanzó también con un palo en la cabeza al bravo Angelín de Canzana, que se vió necesitado á retirarse del combate. Antes de llegar cerca de Celso éste le salió al encuentro. ¡El insensato! No sabía que Toribión le aventajaba mucho en valor y en fuerzas.
Palabra del Dia
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