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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Un aullido espeluznante, al mismo tiempo que estallaba algo como una olla rota, y el joven caía de espaldas en el suelo. Juanón y Fermín, estremecidos de horror, corrieron hacia el grupo, viendo en el centro de él al muchacho, con la cabeza en un charco negro que crecía y crecía, y las piernas estirándose y contrayéndose con el estertor agónico.
Jaime tuvo la sensación de que este grito venía de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien oculto en los grupos de tamariscos. Concentró su atención, y al poco rato el aullido volvió a sonar.
La vieja le cogió por la parte de oreja que le quedaba y dio tres o cuatro tirones con fuerza. El perro lanzó un aullido de dolor. Luego le cogió por la otra, y otros tantos tirones. Mayor y más triste aullido aún. Cumplidos sus deberes con la justicia de la tierra, el mastín se retrajo de nuevo hacia la tabla del hórreo, no sin lanzar por lo bajo algunas imprecaciones y blasfemias.
El mugir de aquel abismo llegaba a los oídos sobre todo el formidable estruendo que revolvía entonces la naturaleza, cual el rugido del león, venciendo poderosamente el aullido de las otras fieras, él sólo hiela y desmaya más al extraviado caminante.
No es ese placer moderado, decente, de alas doradas y azules, que se parece a una joven tímida y dulce; ese placer delicado que gusta de sacudir su cabeza fresca y rubia ante los mil espejos de un boudoir, o de desflorar con sus labios rosados una copa llena de un licor helado; ese sibarita, en fin, que no quiere a su alrededor más que flores, perfumes y pedrería, mujeres jóvenes y amables, música melodiosa y vinos exquisitos. ¡No, pardiez! se trata de ese otro placer robusto y bestial, de ojo de sátiro, de risa de demonio, que llena las tabernas y los bodegones, que bebe y se emborracha, muerde y desgarra, golpea y mata y después rueda y se retuerce entre los restos de una comida grosera, lanzando una carcajada que parece el aullido de un chacal.
El silencio era tétrico, el tiempo pasaba con lentitud, medido por el chisporroteo del candil y por un clamor ya exhausto, que más se parecía al aullido del animal espirante que a la queja humana. Media noche era por filo cuando Chinto entró acompañado del médico.
Paz se alarmó y Salomé se tapó los oídos, como si oyera el aullido, de un chacal. Defendieron entre las dos á doña Rosalía de la agresión inesperada del animal; fuese la sastra, y las dos arpías se miraron cara á cara, comunicándose mutuamente su respectiva bilis.
Y de pronto un aullido corto, metálico, de atroz sufrimiento, tembló bajo el corredor. ¡Federico! oí la voz traspasada de emoción de mamá ¿sentiste? Sí respondí, deslizándome de la cama. Pero ella oyó el ruido. ¡Por Dios, es un perro rabioso! ¡Federico, no salgas, por Dios! ¡Juana! ¡Dile a tu marido que no salga! clamó desesperada, dirigiéndose a mi mujer.
Febrer interrogó al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su conocimiento de las gentes del país, y el Capellanet sonrió con aire de persona importante. Había escuchado el aullido. Era el mismo modo de aucar que tenía el Cantó: muchos se hubiesen imaginado que era él. Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida de los cortejos.
Al menor ladrido miraba sobresaltada hacia la portera, y apenas anochecía, veía avanzar por entre el pasto ojos fosforescentes. Concluída la cena se encerraba en su cuarto, el oído atento al más hipotético aullido. Hasta que la tercera noche me desperté, muy tarde ya: tenía la impresión de haber oído un grito, pero no podía precisar la sensación. Esperé un rato.
Palabra del Dia
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