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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Pero también es cierto que aquel atroz martirio las purificó de toda culpa, y que la misericordia de Dios llenó todo el ámbito del navío en el momento de sumergirse para siempre.

Esto que no me lo paso, no me lo paso... Y le he cogido tal miedo, que cuando la veo venir por la calle, se me sube toda la color a la cara, y me voy por otro lado para que no me vea. A mi hermana le ha dicho que me perdona, ¿ves?, y que todavía cuenta hacer algo por . Es que eres atroz... le dijo Fortunata . Si no te quitas ese vicio, vas a parar en mal.

Ahora que ya eres mío, porque supongo que vendrás a menudo, te lo voy a decir. ¡Me gustabas de un modo atroz! ¿Y verdad que tu Carola te gusta también más que aquella gata esmirriada? Mira... no los años que tienes; nadie tiene más de los que representa; pero ya quisieran muchos jóvenes igualarse contigo. ¿De veras, pichona? ¡Buenos están los jóvenes!... ¡Tísicos!

La declaración de un solo médico basta para condenar a reclusión perpetua; y una vez encerrada la pobre víctima en esa tumba muda, ¿quién reconocería la fatal equivocación en un lugar tan atroz y tan extraordinario que hasta los gestos y las palabras de las personas razonables toman apariencias de locura?

Un rato estuvo sentada en el sofá, oyéndole disparatar y aguardando a que avanzara un poco la mañana par avisar a doña Lupe. Antes de ir a lavarse, pasó por la alcoba de su tía, que ya estaba vistiendo, y le dijo: «Hoy está atroz... ¡pobrecito!... A ver si usted le puede calmar». Voy, voy allá... Veo que sin no os podéis gobernar. Si yo faltara... no quiero pensarlo.

Aquí tenéis a mi mujer que, por el contrario, nunca tiene la respuesta en la punta de la lengua; desgraciadamente, si llego a ofenderla no deja de quemarme la garganta con pimienta al otro día, o si no me da cólicos con legumbres refrescantes. Es una venganza atroz. Y al decir esto, el ágil doctor hizo una mueca expresiva.

Madrid entero comenzó a desfilar otra vez por casa de Currita, dándole el pésame por aquella desgracia, con uno de esos cinismos de que ofrece la corte frecuentes ejemplos... Ella estaba pasada de pena; había sentido en el alma la muerte de aquel pobre muchacho, tan simpático, tan cariñoso, apegado como un perro a Fernandito y a ella... El golpe había sido atroz, y se encontraba mala de resultas; porque ella no sabía nada, nada... ¡Claro está!

Confirmole esta idea el hecho de no hallar, en los periódicos de Buenos-Aires, ni la más remota referencia a ningún capitán Pérez... Profundamente indignado contra el redactor de La Mañana, que tantas veces le ridiculizara y burlase, publicó en su periódico un suelto terrible destinado a desmentir la atroz imputación. Se titulaba «El honor y la calumnia» y se subtitulaba «Un Dreyfus argentino».

Esperaba que su afecto a Juan llenaría quizás el hueco atroz que había dejado en él la muerte del otro; era preciso reparar beneficiando al hermano que quedaba, el mal que había hecho al que ya no existía. Juan era entonces un lindo muchachito de cinco años, sabía ponerse ya los calzones, e iban a comprarle en la próxima feria el primer par de zapatos.

Imprimiéronsele estas razones en el corazón; murió el pobre mozo; enterrámosle muy pobremente, por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz; llegó a oídos de don Alonso Coronel, y como no tenía otro hijo, desengañóse de las crueldades de Cabra, y comenzó a dar más crédito a las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos a tan miserable estado.

Palabra del Dia

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