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Actualizado: 24 de mayo de 2025


No se hería materialmente, no se atormentaba largo tiempo hacía con ayunos, con cilicios y con vigilias forzadas; pero en este combate misterioso en que se aventuró, en este silencio y disimulo, en esta aparente impasibilidad que adoptó, en esta dominación tiránica con que su espíritu angustiado quiso imponer e impuso al cuerpo que no dejase traslucir su dolor ni en ayes, ni en llanto, ni en una contracción siquiera de los músculos del rostro, ideó el padre, tal vez sin querer, el más espantoso de los martirios, verdadera venganza, rudo castigo de su culpa, si culpa hubo.

Apenas si cenaron, y antes de las nueve ya estaban todos en la cama. Batiste sentíase mejor de su herida. El peso en el hombro había disminuido; ya no le dominaba la fiebre; pero ahora le atormentaba un dolor extraño en el corazón.

¡Cuántos deseos tenía ya de que llegase este momento!... exclamé, comprendiendo que no estaba en situación, como se dice en el teatro. No puede usted figurarse el ansia con que lo esperaba, Gloria... ¿Y por qué tenía usted tantos deseos? Porque me atormentaba en el corazón el afán de decirle a usted que la idolatro. ¡Noticia fresca!

Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á Alicia con sus deseos de enamorado. «Lo mataré: debo matarlo», dijo mentalmente. Pero su cólera homicida sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las diversas escenas del duelo: él besando la mano del oficial, en un arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba como un remordimiento. ¿Qué hacer ahora?

Delaberge escuchaba con disgusto toda esa letanía de lamentaciones. Compartía muy medianamente el dolor de esa mujer a quien, más que el remordimiento, atormentaba el decir de las gentes. Creía además desproporcionados sus terrores por la falta cometida. Veintiséis años habían pasado por encima de sus pecadillos de la juventud.

Después que el enfermo hubo partido pareció que Clementina respiraba más libremente. Salió de su habitación, en la que se había encerrado, y bajó al jardín, pero permaneció turbada. Un pensamiento importuno atormentaba á su espíritu y á veces, Herminia, que no la perdía de vista, con la industriosa paciencia de las gatas y de las mujeres, la sorprendía hablando sola.

Se desvaneció el remordimiento, que pesaba sin cesar en el alma delicada del conde, la agitación insana que a ambos atormentaba, el ardor, la violencia, la amargura qué iba oculta en el fondo de sus deliquios amorosos como el gusano en el cáliz de la rosa.

No hacía más que dar vueltas en torno mío y tirarme cuanto podía de la lengua, a fin de cerciorarse de la verdad del caso, o por ventura para meter su naricita en mis negocios y satisfacer el inmoderado afán de dar consejos que la atormentaba. Como no tenía gran interés en ocultar la derrota, pues ya se había disipado en parte la vergüenza que me produjera, concluí por confesarlo todo.

Al disminuir el número de hombres en las calles, la población femenina parecía haber aumentado. Las gentes se quejaban de escasez de dinero; los Bancos seguían cerrados para el pago. En cambio, la muchedumbre sentía una necesidad de gastos extraordinarios para acaparar víveres. El recuerdo del 70, con las crueles escaseces del sitio, atormentaba las imaginaciones.

De esto comencé a hablarle, cuando el demonio puso en sus labios una frase que me pareció el primer eslabón de la cadena a cuyo extremo había de salir engarzada la infernal idea; aquella que tanto me atormentaba en mi cerebro por el solo temor de que cupiera en el de mi enemigo. »Y salió, ¡Virgen María! ¡Qué momento aquel!

Palabra del Dia

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