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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Debe de ser decía para sí una mujer diabólica, hermosa, discreta, poseedora de infernales recursos, cuando ha logrado hechizar y embobar al Conde, que no es ningún chico inexperto ni ningún majadero. Con estas y otras parecidas reflexiones la Marquesa se atormentaba casi de continuo.
Rafael apenas comió, trastornado por la vecindad de la Marquesita. Le atormentaba el contacto de aquel cuerpo hermoso hecho para el amor; el perfume incitante de la carne fresca purificada por una limpieza desconocida en los campos.
Además sentía vergüenza; aquello había sido como lo de ser literata, una cosa ridícula, que acababa por parecérselo a ella misma. No osaba pisar la calle. En todos los transeúntes adivinaba burlas; cualquier murmuración iba con ella, en los corrillos se le antojaba que comentaban su locura. «Había sido ridícula, había hecho una tontería»; esta idea fija la atormentaba.
En balde, a pesar de lo mandado por la Princesa de que no se pensase en matar al pájaro verde, se soltaron contra él neblíes, sacres, gerifaltes y hasta águilas caudales, domesticadas y adiestradas en la cetrería. El pájaro verde no pareció ni vivo ni muerto. El deseo no cumplido de poseerle atormentaba a la Princesa y acrecentaba su mal humor. Aquella noche no pudo dormir.
No me podía detener a contestar sus majaderías, porque un pensamiento fijo me atormentaba, y dirigida mi voluntad a un punto invariable con arrebatadora fuerza; nada podía apartarme de aquella corriente por donde se precipitaba impetuosamente todo mi ser.
Pensó en el otro, en el falso diplomático, en aquel Von Kramer que tal vez había dirigido el torpedo que despedazó á su hijo... ¿No haría el demonio que lo encontrase alguna vez?... ¡Qué placer verse á solas los dos, frente á frente! Al fin huía de la soledad del camarote, que le atormentaba con los deseos de una venganza impotente.
Quería verla, necesitaba verla, porque su dolor me atormentaba más que los míos; pero me faltaba valor para ello: temía agravar sus angustias con mi presencia..., y temía, hasta el espanto, leer mi desprestigio en sus ojos. Quien haya tenido hijas buenas y enamoradas de su madre, que diga si hay puñal que más hondo hiera, ni azote que más afrente que la mirada que yo temía.
La duda que le atormentaba y consultaba con Mesía era esta: ¿Debo casarme pronto para que mi mujer no llegue a mis brazos hecha una vieja? ¿Debo preferir tomarla vieja y ser libre más tiempo para disfrutar de otras lozanías? No pensaba él, por supuesto, abstenerse del amor adúltero en casándose: pero ¿y la comodidad? ¿y el andar a salto de mata, ocultándose como un criminal?
Luego el perro de Satanás me atormentaba por vengarse, y cuando empezaba la misa, a mí me parecía que alzaban el telón, y cuando yo rompía a cantar, se me venía a la boca aquello de El Siglo, que dice: 'Somos figurines vivos.... Y un día por poco no lo suelto... Pillinadas del diablo; pero no podía conmigo ni con mi fe, y tanto hice que lo metí en un puño, y ahora, que se atreva, ¿a que no se atreve?... Llora, hija, llora todo lo que quieras, que Dios te iluminará y te dará su gracia».
El fiscal municipal quedó un poco acortado, pero al cabo prosiguió diciendo sin dejar la seudosonrisa que le atormentaba la cara: Siendo, por tanto, el amor el móvil más poderoso, por no decir el único, de la vida de la mujer, nada tiene de particular que haya supuesto que una joven como usted se encuentre agitada por ese sentimiento omnipotente y pague tributo a lo que constituye una ley indeclinable de la vida.
Palabra del Dia
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