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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Un pensamiento fatal le perseguía, le atormentaba sin cesar. De día se le clavaba en el cerebro impidiendo la entrada a otra idea cualquiera; de noche le despertaba con sobresalto y le hacía pasar largas horas sin reposo revolcándose en el lecho, sintiendo la sangre hervir y murmurar dentro de las venas y la frente bañada por grandes gotas de un sudor frío. ¡Qué tormento espantoso!

En cuanto se sintió bastante fuerte para salir a la huerta, se atrevió a decir a Frígilis lo que la atormentaba tiempo atrás. Yo... quisiera salir de esta casa.... Esta casa... en rigor... no es mía.... Es de los herederos de Víctor, de su hermana doña Paquita, que tiene hijos... y.... Frígilis se puso furioso. ¡Cómo se entiende! Todo lo había arreglado él ya.

Olvidábaseme decir que no sólo en el patio, sino en todo el tránsito que había recorrido, en los rincones de la sala y hasta en el medio de ella, se veían tiestos con flores. Luego que hube examinado todo lo que allí había, acerqué la nariz a estas flores, claveles, alelíes, rosas, y me pasé algunos segundos tratando de embriagarme con su perfume para calmar la inquietud que me atormentaba.

No; Salvador no trataba de escudriñar aquella sagrada dolencia que atormentaba su espíritu con dulcísimo amargor; dejaba su pasión quieta, clavada en su vida como un dardo de fuego, única y decisiva en su destino. Le bastaba sentirla luminosa en su conciencia, ardiente y pura en su corazón.

Y sin embargo, no es cursi: no hay más que verle para conocer que no lo es. Será forastero; me decía yo. Y notando en él un no qué de peregrino, imaginé que no venía de ninguna provincia, sino de tierras extrañas y tal vez remotas. Así pasó más de un mes, largo para como un siglo, porque me atormentaba la curiosidad de saber quién era este ser misterioso.

Y el buen caballero solía responderle, pensando en el crimen que acababa de leer: Tienes razón, camarada; yo, en tu caso, es posible que lo hiciera. Por nada en el mundo dejaría don Melchor de dar sus paseos matutinos, vespertinos y nocturnos por la punta del Peón. En vida de su mujer, cuando estaba acatarrado, veíase precisado a prescindir de estas visitas, y era lo que más le atormentaba.

Nada diría yo si creyese su determinación enteramente nacida de fervor religioso; pero yo me atormentaba y aún me atormento sospechando que la desesperada soberbia de mi hija y la lucha interior entre el respetuoso cariño que me tenía y me debía y el pésimo concepto que de formaba, la habían llevado a sacrificarse. Aun así la grandeza del sacrificio la ennoblecía a mis ojos.

En el cuarto, a donde yo la seguí, gimió, pateó, se desesperó, se llamó estúpida, dijo que se iba a marchar a una aldea a cuidar gallinas, etc., etc. Me costó mucho trabajo sosegarla, pero al fin lo conseguí, si bien quedó en un gran abatimiento. En la tristeza que sus ojos revelaban, advertí que le atormentaba horriblemente la desaparición de Inocencio.

Era él mismo quien se atormentaba con sus deseos y sus desilusiones. De persistir en sus ideas de meses antes, cuando abominaba de las mujeres, no habría sufrido la menor alteración en su cuerda existencia. Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?... Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba sonriendo dulcemente, pero su voz reveló la firmeza de una voluntad inquebrantable.

Mientras Godfrey Cass bebía a grandes sorbos el dulce brebaje del olvido en presencia de Nancy y perdía voluntariamente todo recuerdo del vínculo secreto que en otros momentos lo obsesionaba y atormentaba, llegando hasta exasperarlo en medio de los rayos sonrientes del sol, su esposa se adelantaba a pasos lentos e inciertos, a través de las callejuelas cubiertas de nieve de Raveloe, llevando una criatura en los brazos.

Palabra del Dia

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