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La huérfana estaba tan trémula y aterrada, que no dijo palabra, ni trató de huir, ni lloró siquiera. Creyó tener en derredor un círculo de asesinos. ¿Qué ha hecho? ¿qué hay? dijo uno. Que ha robao ese lío que lleva bajo el brazo. Muchacha, ¿donde has tomado ese lío? dijo el que la tenía asida. Clara no contestó A la cárcel con ella dijo uno de los presentes. ¿Dónde has tomado ese lío, muchacha?

Así gritando roncamente me amenazaba esgrimiendo sus garras. Tres veces se encontraron nuestros ojos, y tres veces nos medimos con gesto amenazador; y de los dos ¿quién se arredró? El águila fué, que huyó aterrada.

Ellas podían salir á la calle escoltadas por un kepis galoneado que atraía las miradas de los transeuntes y los saludos de los inferiores. Cada vez que doña Luisa, aterrada por los vaticinios de su hermana, pretendía comunicar su pavor á la hija, ésta se revolvía furiosa: ¡Mentiras de la tía!... Como su marido es alemán, todo lo ve á gusto de sus deseos.

Creyó usted mal, señora condesa... Esa niña es un ángel, de entendimiento muy claro, de corazón muy grande y muy recto, y está aterrada por las cartas de su hermano, que... ¡pasan el alma, señora condesa, pasan el alma! Y las dos lancetas que tenía en los ojos el padre Cifuentes pasaban de parte a parte la frente de Currita, cual si fueran a clavarse en el fondo de su pensamiento.

¡Ah! con razon, con sobrada razon guardas silencio, desdichada Córdoba. No ignoramos quién era ese Almanzor. Sabemos bien que si te elevó á la cumbre de tu grandeza, fue tambien el primero en motivar tu caida. Almanzor no era tu califa; no era mas que un hadjib, un valido de tu soberano. ¿Qué hacia Hescham en tanto que él tenia aterrada la Península con el ronco fragor de sus batallas?

Tiene la oreja empedernida y algo vidriosa; este viso cárdeno es mayor por detrás de la misma oreja, y se va extendiendo, aunque más apagado, por entre un cabello claro y flojo, como si aquella carne que se desorganiza no tuviese vigor para sujetar la cabellera. Mi mujer se cubrió los ojos, y exclamó aterrada: no quiero ver más, no puedo estar aquí, y salió precipitadamente de la galería.

Tengo enemigos, enemigos que me he hecho por vos; los buscaré, los provocaré y me dejaré matar. ¡No! contestó con la voz opaca doña Clara, fijando en don Juan una mirada ardiente, fija, aterrada, mientras la mano con que le asía temblaba de una manera violenta. Si no encontrare enemigos míos, buscaré los del rey, los de España y me matarán. ¡No! repitió de una manera profunda doña Clara.

Te digo que no voy a dejarme engañar más gritó furioso. He manifestado que quiero el dinero, porque de otro modo, voy a hacer público todo. ¿Entonces adonde vas a ir a parar, eh? Y se rió de una manera dura y triunfante, mientras ella retrocedía pálida, aterrada y sin aliento.

No se sintió deseada, sino querida, y en lo más íntimo de su espíritu se alzó una voz que le decía: «Es tan mío como yo suyaLa función estaba concluyendo. Púsose Cristeta en pie sin que ya él lo estorbase, esquivó sus miradas como aterrada, y le dijo: Vete. Quiero salir sola. ¿No viene nadie, ni tu tío, para acompañarte? ¡Ah!... A propósito de mi tío. Tengo que pedirte un favor.

La pobre no pudo dormir, y el día la encontró hecha un ovillo, empapada en sudor frío y temblando de miedo. Entre estos sucesos extraordinarios y la diaria tarea del estudio y la costura, aterrada siempre por la fascinación terrible de los espejuelos de la madre Angustias, pasó Clara cuatro años, hasta que, cumplidos los once, vino Elías por ella y se la llevó á su casa.