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Actualizado: 15 de julio de 2025


Un tanto fatigadas se sentaron en el suelo, y entonces Mauricia, arrastrándose hasta llegar junto a su compañera, le dijo: «Aquel día... ¿sabes?, acabadita de marcharte , estuvo en casa de la Paca Juanito Santa Cruz». Fortunata la miró aterrada. «¿Qué díafue lo único que dijo. ¿No te acuerdas? El día que estuviste , el día en que te conocí... Paices boba.

Pasó bien media hora, y ya empezaba á impacientarme cuando sentí pasos. Preparé la linterna. Pero la persona que se acercaba traía luz: entró precipitadamente en el dormitorio, y miró con avidez: era la duquesa de Gandía, que siguió adelante y entró en el oratorio. Poco después salió pálida, aterrada, murmurando: ¡Dios mío! ¿dónde está la reina?

¡Yo!, dijo detrás de los jóvenes una robusta voz. Y al mismo tiempo la señorita Guichard, surgiendo de la espesura desde donde escuchaba hacía un momento á Mauricio y á Herminia, apareció majestuosa y terrible. ¡Mi tía!, exclamó Herminia aterrada. Y levantando los brazos con ademán desesperado, tomó la fuga y desapareció, ligera como una corza, por el extremo de la alameda.

Jacinta corrió al comedor y a poco volvió aterrada. «¿No sabes lo que ha hecho? Había en el comedor una bandeja de arroz con leche. Juanín se sube sobre una silla y empieza a coger el arroz con leche a puñados... así, así, y después de hartarse, lo tira por el suelo y se limpia las manos en las cortinas».

Por la casa de los huérfanos soplaba un viento tormentoso que la había removido por completo. Raimundo, abandonando en absoluto sus estudios y costumbres metódicas, se había lanzado con ardor de neófito a los placeres mundanos. Su hermana, aterrada por este cambio, le hizo suavemente algunas advertencias, sin resultado. El joven se enfadaba como niño mimoso.

Y como su hijo era bajo é intrigante, he aquí que en la maraña en que ambos estaban enredados, debían encontrarse y se encontraron en aquella situación absurda, casa de una cortesana, y rivales en todo hasta respecto á la mujer que los miraba aterrada sin saber qué la sucedía.

No, hija mía, no se ha roto dice Martín, cuyos ojos se llenan de lágrimas. No se romperá... la nuestra. Seguirá girando mientras nosotros vivamos. Ella menea violentamente la cabeza y cierra los ojos como aterrada ante una visión.

Si llegaba á haber un encuentro, el primer sacrificado sería el prisionero, eso lo sabían todos. El viejo se quedó sin movimiento y la hija, pálida y aterrada, intentó varias veces hablar y no pudo. Pero un pensamiento más terrible, una idea más cruel les sacó de su estupor.

Y bien, como la deuda no podía saldarla, y el pagaré, protestado, iría a parar a manos de don Bernardino, si no estaba ya en su poder, quedábanle a él dos caminos: o dejarse meter en la Penitenciaría o saltarse los sesos... Misia Casilda dió un grito y le abrazó, aterrada.

Su hermana, en vez de enojarse con los culpables, la emprende con ella llena de furor, vibrando rayos por los ojos. ¡Bájate, picarona! ¡Escandalosa! ¿Es ésa la educación que has aprendido de tus padres? ¿Es eso lo que te aconseja el confesor? Nuncita, aterrada, empieza a hacer pucheros y suelta la llave de las lágrimas.

Palabra del Dia

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