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Actualizado: 7 de julio de 2025


Aturdiose más y más Cervantes, más y más se acongojó, más y más el miedo de la justicia de Dios acometiole, y trémulo, y cobarde, hacia el aposento que había dejado tornose. En aquel punto oyose una puerta que violentamente se abría. El perro continuaba ladrando, y de improviso una mano helada asió una mano de Cervantes, y llevósele. Pero lo que aconteció requiere capítulo aparte.

¿Hemos llegado? Estamos cerca. Fiant tenebræ dijo Quevedo cerrando la linterna. Ahora venid; venid tras de en silencio y veréis y oiréis. Zumbaba el viento, llovía, y el viento y la lluvia y la obscuridad de la noche protegían á los dos singulares expedicionarios. Marchaban entre un tejado y un almenar. De repente el bufón asió á Quevedo, y le volvió sobre su derecha.

Pero la muchacha, al entrar, le lanzó en pleno rostro, sofocada de cólera: ¡Canalla! Y desapareció. Un instante después divisó Krilov su silueta a través de los cristales. Con su sonrisa amistosa en los labios, asió el picaporte y trató de abrir; pero al ver al portero junto a la escalera, retrocedió con lentitud. A algunos pasos de distancia, se detuvo y se encogió de hombros.

Quevedo se volvió en un movimiento nervioso hacia la alcoba, entró en ella, se acercó al lecho, asió una helada mano del cadáver y se descubrió. Su ancha frente, nublada, sombría, transparentando un pensamiento desesperado, parecía absorber el amarillo reflejo de una lámpara que estaba encendida sobre una palometa de plata junto al lecho, delante de una virgen de los Dolores.

De pronto, fijando una atenta mirada sobre la entrada del puerto, se detuvo, asió un anteojo que había cerca de la bitácora y, aproximándolo al ojo izquierdo, exclamó: Por fin, por fin, ¡qué suerte! ya está aquí, , es él... ¡Vaya una manera de remar! ¡Vamos, firme, bravo, muchachos! ¡doblad, y podremos aprovechar la brisa y la marea!

¿Y quién hace caso del rey?... El rey sabe menos que nadie lo que se dice... déjame entrar ó te entro. Y como el sumiller se opusiese, el tío Manolillo le asió por la pretina y se entró con él en la cámara real. Hermano Felipe dijo al rey , aquí te traigo á éste para que le castigues... Se ha atrevido á faltarme al respeto... ¡pretender que la locura no entre en la cámara del rey!

Maquinalmente asió su puñal y lo sacó de la vaina...

Por esto determinaron de mostrarse, y, al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza alzó la cabeza, y, apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían; y apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie, y, sin aguardar a calzarse ni a recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo.

Doña Juana, pues, sufría y gozaba; lloraba y sonreía, se avergonzaba, y sin embargo su alma se dilataba, reposaba en una dulce confianza. Doña Juana entonces estaba en el cielo, sin haber desaparecido de la tierra. Asió las manos de los dos jóvenes, los atrajo á , los estrechó á un tiempo contra su pecho, y partió con los dos sus besos y sus lágrimas.

Ella continuaba en la misma actitud; cerró los ojos como quien siente un pesado sueño, é inclinó la cabeza, buscando apoyo. Lázaro tuvo miedo; estuvo por llamar; la asió por un brazo, y dispuesto á hacerla retirar, le dijo: Vamos, señora, es muy tarde. Usted no se encuentra bien aquí. Vamos, ¿quiere usted que se llame á algún médico? No dijo ella, abriendo los ojos y mirándole con cierta ironía.

Palabra del Dia

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