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Actualizado: 7 de julio de 2025
¡Oh, reina de las reinas! dijo al verla un joven de aspecto aristocrático por sus maneras y por su traje ; dignáos tomar mi brazo para subir esas endiabladas escaleras del vestuario. Gracias, don Bernardino dijo la Dorotea sonriendo ; pero viene conmigo persona tal, que no cambiaría su brazo por el del rey. Al mismo tiempo Juan Montiño salía de la litera, y Dorotea se asió á su brazo.
Y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló a Rocinante y enalbardó al jumento de su escudero, a quien también ayudó a vestir y a subir en el asno. Púsose luego a caballo, y, llegándose a un rincón de la venta, asió de un lanzón que allí estaba, para que le sirviese de lanza.
Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo -tal era de leal y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además.
Después cuando nos quedamos solos, me miró frente a frente, pálida y conmovida, sus ojos se llenaron de lágrimas y luego me asió las manos y exclamó con un acento profundamente doloroso y sentido: Me ha consagrado usted su vida, a mí, a la pobre muchacha abandonada, a la infeliz trapera. Dios se lo pague a usted. ¡Quiera Dios que yo pudiera hacer a usted feliz!
Digo, señor, replicó Roger, que estoy pronto á obedeceros ahora mismo. Pero ¿cómo apartarme de vos en estas circunstancias? Para servirme mejor y quizás para salvarme, Roger. ¿Y vos, Norbury? Por toda respuesta el escudero, no menos animoso que Roger, asió la cuerda y empezó á asegurarla firmemente en torno de una saliente roca.
Acometió por un lado al elefante y logró derribar a su cornac hiriéndole de una estocada. El elefante se revolvió contra Morsamor y le asió también con la trompa.
Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo: ¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza!
Concluyamos entonces... ¡Ah, señor!... si os sintiese... ¿Decididamente consientes ó no en abrirme? ¡Ah, sí, señor!... pero si me engañáseis... Mejor suerte has de tener que la que esperas... Pues bien... sí... sí, señor; id por el postigo. ¡Dios mío! El duque de Osuna se acercó al postigo, latiéndole el corazón. Esperanza abrió. Cuando hubo abierto, el duque la asió una mano y tiró de ella.
Porque... va á ser presentada á la corte, y en la corte puede estar mi madre dijo balbuceando el joven. ¿Y amáis mucho á vuestra madre? dijo llorando la duquesa. ¡Por Dios, señora! ¡por vuestro honor!... vamos á salir á los salones. ¡Ah! exclamó la duquesa. Y deteniéndose de repente, asió la cabeza de don Juan y le besó en la boca. Después apresuró el paso.
Por la fuente de plata que os habéis traído. ¿Y comió mucho la reina? ¡Quia! no... ni el padre Aliaga... ¿Y te has comido las dos?... Sí. Ven, hijo mío, ven... ven á las cocinas... voy á darte aceite, que es bueno para que arrojes... ¡Oh! ¡Dios mío!... Tengo ansias, tío... El bufón asió al mozo y le arrastró consigo.
Palabra del Dia
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