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De pronto un caballero, venido quién sabe de dónde, pasó hacia la derecha de la comitiva sobre lustroso corcel y, haciéndole tomar un impulso inverosímil, saltó del otro lado del cerco. Echó pie a tierra en seguida, y, desviando a uno de los ventores, asió con una mano el cerro de la fiera metiéndole con la otra el puñal por los sobacos.

En aquella voz reconocí la del capitán. , aquí estoy esperándoos le dije. Pues ven conmigo y no te detengas, que el viento es favorable y vamos á zarpar. Acerquéme á él, y él me asió de una mano y me llevó hasta la barca. Su mano temblaba. Luego me asió de la cintura para meterme en la barca. Sus brazos temblaban también, y su corazón latía con fuerza.

Era un árbol hermoso y grande como pocos, y entre sus hojas oscuras y metálicas advertíase crecido número de bolas blancas que soltaban aroma fresco, acre y penetrante. Las primeras ramas no pasaban de la altura del rostro. La condesa asió con la mano de una de ellas provista de flor y la trajo hacia .

Me asió apasionadamente ambas manos, pues la de Grevillois acababa de abrir la puerta para recordar a su hija que era hora de salir. Probaré dije muy bajo a Luciana cuando vino a abrazarme. La de Grevillois y la señora Schwartz estaban de pie esperando que acabase nuestra despedida.

Con gesto decisivo, asió fuertemente la navaja, echó atrás la cabeza y, con suavidad, se pasó dos veces por la garganta el contrafilo de la hoja. No hubiera estado mal degollarse; pero no pudo. ¡Cobarde! ¡Canalla! dijo en alta voz y tono indiferente. Su rostro en el espejo, aunque movió los labios, permaneció gris, muerto.

Aún permanecía Perucho en el agua, asaz asombrado; la señorita le asió de los hombros, del pelo, de todas partes, y empujándole cruelmente, desnudo como estaba, le persiguió por el salón hasta expulsarle a empellones. ¡Largo de aquí! decía más pálida que nunca y con los ojos llameantes . ¡Que no te vea yo entrar!... Como vuelvas te azoto, ¿entiendes?, ¡te azoto!

12 Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en manos de ella, y huyó, y se salió fuera. 16 Y ella puso junto a la ropa de él, hasta que vino su señor a su casa. 17 Entonces le habló ella semejantes palabras, diciendo: El siervo hebreo que nos trajiste, vino a para deshonrarme;

Pues... nada... estas son cosas que suceden en el mundo dijo el alférez , y que una vez sucedidas, no tienen más que un remedio... este caballero lo sabe, y yo lo , y todos lo sabemos... conque no hay que hablar más de ello. Dorotea se asió del brazo de Juan Montiño, y se lo llevó entre los telones, en donde estuvo paseando con él, dando lugar á las murmuraciones del corro, que crecieron.

Cuando el padre se retiraba ya, murmurando «Adiós, Nuchiña, hija querida», la novia le asió la diestra y se la besó humildemente, con labios secos, abrasados de calentura. Quedó sola. Temblaba como la hoja en el árbol, y al través de sus crispados nervios corría a cada instante el escalofrío de la muerte chiquita, no por miedo razonado y consciente, sino por cierto pavor indefinible y sagrado.

Y, diciendo esto, se sentó en mitad de la sala, en el suelo, molido y quebrantado de tan bailador ejercicio. Hizo don Antonio que le llevasen en peso a su lecho, y el primero que asió dél fue Sancho, diciéndole: ¡Nora en tal, señor nuestro amo, lo habéis bailado! ¿Pensáis que todos los valientes son danzadores y todos los andantes caballeros bailarines?