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Actualizado: 12 de junio de 2025
El manchador exhibía su vejez miserable, los seis reales diarios durante toda su vida, sin esperanzas de llegar a más. El Tato, en sus arranques de gallito bravucón, proponía degollar una tarde en el coro a todos los canónigos, prendiendo después fuego a la catedral.
¡Sí, lloro! ¡lloro...!, y lloraré hasta que se me pongan los ojos malos decía sollozando con dolor cómico . Porque eres muy malo... Porque te complaces en hacerme rabiar... Si no quieres ir a Madrid, ¿por qué no lo dices de una vez...? Y no que te pasas la vida atormentándome... ¡Atormentándote, Elena! Sí, sí, atormentándome. Mira, prefiero que me arranques el bigote a que me digas eso.
Toda esta parte del discurso la tenía preparada, párrafo por párrafo; una apología del catolicismo, de la fe religiosa unida íntimamente a la historia de España, con arranques líricos y estremecimientos de entusiasmo, como si predicase una nueva cruzada.
Y junto con esto, inesperados arranques de generosidad: socorros a manos llenas a las familias de sus marineros. En un arrebato de cólera era capaz de matar a uno de los suyos; pero si alguien caía al agua, se arrojaba para salvarle, sin miedo al mar ni a sus voraces bestias.
Mas la joven, volviéndose con uno de esos arranques graciosos tan propios de su carácter, respondía: ¡Riquita!, ¡riquita! digo yo, madre.
Pero si los años no habían logrado modificar en el fondo aquel ser amable y creado para el amor, habíanle hecho, sin embargo, más cauto, más reservado. Ya no mostraba sus preferencias con la ingenuidad de otros tiempos, ni daba suelta a los súbitos arranques de su corazón inflamable sino después de poner a prueba la lealtad del objeto de su ternura. ¡Había padecido tantos desengaños en la vida!
Nada le decía de aquellas grandes batallas que le obligaba a ganar en el extremo Oriente, en las que ella le asistía haciendo el papel de reina consorte, con arranques de amazona. Algunas veces le propuso, hablándole al oído, viajes muy arriesgados a países remotos que él ni de nombre conocía.
La mamá mostrábase con él amable y cariñosa como jamás la había visto; tenía arranques de lirismo casero, se enternecía reuniendo toda la familia en la mesa, y él, por no contrariarla, permanecía en Burjasot, víctima de las contradicciones de su carácter, tan pronto atraído por la «querencia» a la cocina, como pensando en Tónica con la dulce nostalgia del enamorado.
En vez de los arranques poéticos del primero, encontramos en la segunda la más prosáica parsimonia; en vez de la abundancia y de la verdad de los motivos dramáticos, una acción mutilada en todas sus partes y sin dote alguna artística; en vez de la rapidez arrebatadora del diálogo, una conversación lánguida; en vez del sonido harmonioso que arrebata y de las rimas diversas que encantan el oído, el arrastre monótono de los alejandrinos.
¡Es muy triste y costoso de hacer lo que usted me pide, papá! repuso Magdalena, haciendo un mohín de desagrado. Yo no bailaré le dijo Amaury al oído. Como Amaury decía muy bien, Magdalena era la bondad personificada, y si tenía aquellos arranques de mal humor era tan sólo obrando a impulsos de la fiebre.
Palabra del Dia
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