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Nébel saltó con él por sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se rían. ¡Pero loca! le dijo la madre, señalándole el pecho ¡ahí tienes uno! El carruaje arrancaba al trote.

Desde ese momento, aun cuando en el acto que concluyó la ceremonia nupcial, me volví a casa, quedé completamente bajo su poder, y a cada nueva exigencia tenía que darle dinero, dinero que arrancaba por medio de amenazas.

Al iniciarse su éxodo, el pueblo español estaba en el apogeo de su vigor. Siete siglos de pelea continua con el moro habían virilizado sus costumbres. Hombres de guerra jugaban a detener una muela de molino en plena rotación. Otro, con una cortesía de gigante, arrancaba en una iglesia la pila de agua bendita para que mojase con más comodidad sus dedos una dama de baja estatura.

Pues tratada en materia de afeites, cuervos entraban y les corregía las caras de manera que al entrar en sus casas, de puro blancas no las conocían sus maridos. Enlucía manos y gargantas como paredes, acicalaba dientes, arrancaba el vello; tenía un bebedizo que llamaba Herodes, porque con él mataba los niños en las barrigas, y hacía malparir y mal empreñar.

Dominado por la cólera mataba a patadas estrellándole los sesos a N por una disputa de juego; arrancaba ambas orejas a su querida porque le pedía una vez 30 pesos para celebrar un matrimonio consentido por él; abría a su hijo Juan la cabeza de un hachazo porque no había forma de hacerlo callar; daba de bofetadas en Tucumán a una linda señorita a quien ni seducir ni forzar podía.

Era una magnífica noche de estío, templada y serena, una de esas noches en las que innúmeras estrellas semejan en su constante centelleo extensa polvareda de diamantes. La brisa suave y acariciadora como un soplo de amor, arrancaba a la arboleda misteriosos murmullos.

¡Eh, abuelo! ¿Qué hace usted ahí plantado en medio del cuadro? ¿No sabe Usted que está prohibido entrar? La voz ruda de un guarda le arrancaba inesperadamente de su profunda contemplación y le obligaba a volver al camino. La ciencia, el progreso, la humanidad perdían cada vez que esto sucedía inapreciables tesoros de observación. Mas los guardas no lo sabían.

De vez en cuando se abría con estrépito un balcón, y se veía una mano blanca que arrojaba a la calle algo envuelto en un papel; el hombre de la campanilla se bajaba a cojerlo, arrancaba el papel, y eran también monedas que inmediatamente introducía en el cajoncito verde: cuando levantaba la vista al balcón, estaba ya cerrado. Lo adiviné todo.

El desgraciado zorro seguía enroscándose y retorciéndose para salvar su cabeza, pero el fuego le tostaba el lomo cruelmente. Un hedor irresistible de pelo quemado se esparció por la atmósfera. El dolor arrancaba al pobre animal gritos cada vez más extraños y penetrantes que resonaban de un modo siniestro en el silencio de la pomarada.

Llegará, por ejemplo, la Noche-buena y usted empleará su imaginación poderosa en representarse las escenas de pura poesía del Nacimiento de Jesús.... Volverán a ser para usted las que ya parecían vulgaridades de villancicos, grandes poemas, manantial de ternura, y llorará pensando en el Niño Dios.... Y usted me dirá entonces si aquellas lágrimas son más dulces y frescas que las que anoche le arrancaba el bueno de don Juan Tenorio....