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Actualizado: 24 de junio de 2025


Buen apuro». Estaba el Magistral como si don Víctor le hubiera sorprendido allí, en su despacho, robándole los candeleros de plata en que ardían las velas. Quintanar daba diente con diente y preguntaba con los ojos muy abiertos y pasmados. «¿Usted dirádecían aquellas pupilas brillantes y en aquel momento sin más expresión que un tono interrogante. «Había que hablar».

Dada la disposición de aquellas casas, con sus grandes patios, con sus galerías altas abiertas, sin puertas de cristales; ¿cómo se defenderían del frío nuestros antepasados, preguntará alguien? Pues en nuestro concepto con grandes braseros de azofar, de cobre ó de plata y con enormes chimeneas, en cuyos hogares ardían cargas de leña.

Al verdugo también se le obliga a permanecer allí, pero por otro motivo; se trata de purificarle por anticipado del homicidio que va a cometer. Todo transcurría, pues, en el orden apetecido; los cirios ardían, los monjes cantaban, el verdugo rezaba, y el ataúd abierto esperaba.

Pero allá más lejos una columnita de humo blanco se elevaba hacia el cielo. Sin darse cuenta marchó hacia ella, pero cerca ya se detuvo vacilante. En torno de una hoguera donde ardían hojas y ramas secas se hallaban de pie y fumando algunos pastores y mozos de labranza.

Era un lugar seguro y tranquilo, y allí podría hacer algo de provecho para su esposo. Cuando se vio en la santa pieza, de un ambiente denso por la respiración del público que había presenciado la oración de los toreros, Carmen fijó sus ojos en la pobreza del altar. Ardían cuatro luces ante la Virgen de la Paloma, pero a ella le pareció mezquino este tributo.

Al ver las miradas de súplica que ardían en aquella pálida cara, una extraña angustia la sobrecogió, y mientras que Juan decía en tono suplicante: Le ruego, María Teresa, que me diga que no está irritada contra ... ¡perdóneme!

Sus recuerdos le iban diciendo que los materiales del fuego, al parecer prendido entonces, ardían desde mucho tiempo atrás, y su memoria le revelaba cosas que, regocijándole como hombre, le espantaban como sacerdote. Las reminiscencias le venían, no evocadas por el deseo, sino involuntariamente.

Rodolfo: usted no gusta del tresillo.... Venga usted acá. Le enseñaré unas acuarelas de mi maestro.... Nos dirigimos a la sala que estaba a media luz. Mientras Gabriela fué a traer los dibujos yo me acerqué a la reja. La plaza estaba iluminada a «giorno», como decían los programas de la Junta. En el Palacio ardían centenares de vasos de colores.

La noche era de luna, pero negros y grandes nubarrones la ocultaban a menudo por largo rato. Y entonces la escasa claridad de los faroles de aceite que ardían en las esquinas de las calles no bastaba a deshacer las sombras que se amontonaban hacia el medio de ellas.

La calle, como dilatada por el calor, introducíase por todos los huecos, haciendo llegar sus hedores y ruidos a los extremos más recónditos de las casas. Las habitaciones que ocupaban los dos jóvenes ardían de la mañana a la noche bajo la llama del sol. Descendía del techo un calor asfixiante, como si sobre él ardiese un horno.

Palabra del Dia

plune

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