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Actualizado: 24 de junio de 2025


Entretúvose largo rato a contarlos recreándose en cada uno de ellos. ¡Qué vivos y qué hermosos ardían en su memoria! ¡Qué luz tan suave derramaban los monótonos y laboriosos días de su existencia!

Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda.... Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco.... Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes... no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos.... ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador!

La plaza de Nieva estaba como en la primer noche en que la vimos, obscura y sembrada de charcos de agua donde se reflejaban tristemente los rayos de los faroles de petróleo que ardían en las esquinas. Ni un alma la cruzaba aquella noche. En vano se sacaba los ojos por penetrar las tinieblas de los soportales.

A través de una antepuerta oyole a veces recitar, con exaltada pasión, endechas religiosas que ardían como llama en su labio; otras, veíale ocupado largo tiempo en copiar los hechos más notables de Jesucristo y de su gloriosa Madre; y observó que siempre trazaba el nombre de Nuestro Salvador con tinta de oro y en caracteres azules el de la Santísima Virgen.

Los bárbaros se burlaban de los elementos: lo mismo se deslizaban en sus voladoras naves por los mas caudalosos rios, corriente arriba, que se burlaban de la furia de las tempestades en el Océano, donde con razon eran denominados los reyes del mar; dejábanse caer como nube de langostas sobre las ciudades y los campos, á su contacto ardian de súbito las mieses, las casas quedaban reducidas á humeantes escombros, los moradores á dura servidumbre, y los ganados y riquezas pasaban á sus naves! ¡Grande turbacion padecia la cristiandad durante aquella invasion sangrienta, pagana, encarnizada!

Entonces, teniendo la certeza de que nunca podría aplacar a Ti-Chin-Fú, pasé toda la noche en mi cuarto del Loreto, donde, como en otro tiempo, las velas que ardían en los bruñidos candelabros de plata daban a los rojos damascos tonos de sangre fresca, medité despojarme, como de un adorno de pecado, de aquellos millones sobrenaturales.

¡Clara, perdón! ¡No te vayas! ¡Aparta, aparta, miserable! Ya he sufrido bastante. ¡Mi corazón no puede más! Y como Tristán tratase de retenerla, le dio con su brazo vigoroso un empujón que le hizo caer de espaldas. Cuando se levantó, su esposa bajaban ya la escalera con el niño y Juana detrás de ella. Se puso en pie. La vergüenza y la cólera ardían al mismo tiempo en su pecho.

En las dos cabeceras del salón ardían enormes troncos de encina dentro de sendas chimenas con retablos de roble tallado, cuyos adornos casi llegaban al techo. Todos los manjares que estaban sobre la mesa habían venido de París acompañados de una comitiva de criados y marmitones. Se exceptuaba el pescado, que procedía del Cantábrico, y un pudding llegado por la tarde de Londres.

Amo a los obreros, su alimento y sus costumbres y terminó con acento vehemente, mientras que sus lágrimas caían : Soy la novia de un obrero que vivirá junto con mi padre y que me ayudará a cuidarle. Godfrey fijó la vista en Nancy; tenía el rostro encendido y sus ojos dilatados le ardían.

Estaban prendiendo fuego á la iglesia de los jesuítas. Una parte de la manifestación, rezagada en el ensanche, sitiaba el templo, rociándolo con petróleo. Ya ardían las puertas. La guardia civil corrió allá á todo galope, abandonando la manifestación. Aresti sentía un entusiasmo casi igual al del Barbas. ¡Ya ardía el odiado cubil! ¡Bilbao despertaba!... Pero iban llegando nuevas noticias.

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