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Actualizado: 20 de mayo de 2025


También éste le quería y aprobaba su aversión por los libros. Si de tarde en tarde era el capitán el que venía al buque por unos momentos, Caragòl le hablaba obstruyendo la puerta con su cuerpo, al mismo tiempo que sonreía maliciosamente. Para Esteban, las dos cosas más dignas de admiración eran el mar y su padre.

Se escribieron dos cartas secas y no hubo más relaciones. Si viviera mi padre pensaba Ozores de fijo perdonaba este matrimonio desigual. ¡Si viviera padre, moriría del disgusto! decían las solteronas implacables. Toda la nobleza vetustense aprobaba la conducta de aquellas señoritas, que vieron un castigo de Dios en el desgraciado puerperio de la modista italiana, su cuñada indigna.

A impulsos de esta simpatía había llegado a considerar a Maltrana hombre de grandes arrestos, tan corajudo casi como él, y cada vez que pensaba en la posibilidad de hacer un disparate para vengarse de la gente del barco o de los pasajeros orgullosos, exponía de idéntico modo su discurso: «Entre don Isidro y yo...». Y don Isidro escuchaba y aprobaba con su sonrisa estos planes destructivos, halagado en el fondo de su ánimo de que aquella fiera le considerase digno de su colaboración.

Ana hablaba a veces con la boca llena, inclinándose hacia Quintanar que sonreía, mascaba con fuerza, y mientras blandía un cuchillo aprobaba con la cabeza. La casa es alegre hasta de noche dijo ella. Y añadió: Toma, móndame esa manzana.... «Móndame la manzana, móndame la manzana...» ¿dónde he oído yo eso?... Ah ya.... Y se atragantó con la risa. ¿Qué tienes, hombre?

Pablo Aquiles dejaba hacer y Gregoria lo aprobaba todo, diciendo que más valía quedarse sin nada, que enredados en pleitos y debiendo a cada santo una vela; pero Casilda no se conformaba con lo que ella llamaba despojo y decidió dar el campanazo, antes de quedarse en la calle. Francamente, las cosas habían llegado a un extremo tal, que se necesitaba estar ciego para no ver en lo que iban a parar.

Y ella aprobaba: que había visto Argensola... Al marcharse le ofreció su apoyo. Era el amigo de su hijo y estaba acostumbrada á sus peticiones. Los tiempos habían cambiado; don Marcelo era ahora de una generosidad sin límites... Pero el bohemio la interrumpió con un gesto señorial: vivía en la abundancia. Julio lo había nombrado su administrador.

Liette repasaba sin descanso las migajas de dicha escapadas de la mano avara del Destino, ya que estaba destinada a no sentarse nunca al festín de los dichosos. Su carácter leal y firme defendíale las lamentaciones estériles y las vanas recriminaciones. Lejos de achacar culpas a Raúl, hubiérale buscado excusas si él las hubiera necesitado a sus ojos; pero, lejos de vituperarle, le aprobaba.

Respetaba las virtudes un tanto agresivas de fray Anselmo, aprobaba la gravedad de don Fernando y doña Brianda, reía de las ocurrencias de Guy, enamorábase de las gracias de doña Inés... Y también se sentía entre ellos, que una tarde llegó hasta disgustarse seriamente con una broma del vizconde...

Borrén, entre tanto, aprobaba calurosamente las últimas palabras de Baltasar, las desenvolvía, las consideraba desde nuevos aspectos; en suma, soplaba para que la llama prendiese mejor. Tan bien desempeñó su oficio mefistofélico, que Baltasar convino en reunirse al día siguiente con él para meditar un plan de ataque que debelase la republicana virtud de la oradora.

A ver si hacía allá una vida más seria y remediaba sus locuras. El marido aprobaba la cordura conyugal con afirmaciones optimistas. Tenía la certeza de que Fernando iba a triunfar: su tío le aguardaba allá, y era hombre que podía ayudarle mucho.

Palabra del Dia

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