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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Una de las cosas que más alegría les causó fué la aparición de Cobo Ramírez en la ventanilla con la gorra galoneada de un empleado exigiéndoles el billete. Cobo estaba en el otro salón y había venido por el estribo, arriesgándose un poco, pues el tren llevaba extraordinaria velocidad. Se le acogió con aplausos. Las chicas enviaron recaditos a sus vecinas las del otro coche.

Guardose por la reunión un silencio que siempre había sido el ideal de don Serapio, irrealizable como todos los ideales. María cantó varios trozos de ópera que le fueron pidiendo, sin hacerse de rogar. Cuando terminó, los aplausos fueron tan vivos y prolongados que la hicieron ruborizarse.

Seguramente es una fortuna para los hábiles artistas presentarse ante espectadores de sentidos tan delicados; se ve así puesto en la necesidad inevitable de emplear todas sus facultades, para llegar á la perfección, y á considerar los aplausos de un público tan distinguido como el premio justo debido á su mérito.

Si el toro al salir da un salto gigantesco y parte como un rayo sobre los objetos que se le presentan, unánimes aplausos lo acogen y estimulan; su popularidad es inmensa y todos los espectadores son de su partido. ¿Qué tiene eso de extraño, si hay en el mundo tantos animales aplaudidos y populares?

Todos prometieron concurrir, y tres ó cuatro, encargados del ceremonial, dieron cuenta del arreglo de la procesión, se fijó la hora, se designó el punto de reunión. Los bravos sucedieron á los aplausos, y los aplausos á los bravos, y al fin la sesión terminó.

Al salir a los corredores me tropecé de frente con el Naranjero, de quien ya no me acordaba más que de la muerte; bien es cierto que el Naranjero y la muerte eran para términos idénticos. Me parece que los colores que el calor y los aplausos habían puesto en mis mejillas debieron de bajar mucho de repente. Sin embargo, fue por poco tiempo.

Con la audacia que infunden las circunstancias extraordinarias, se lanzaba á pie á través de París, yendo á la Magdalena, á Nuestra Señora ó al lejano Sagrado Corazón, sobre la cumbre de Montmartre. Las fiestas religiosas se animaban con el apasionamiento de las asambleas populares. Los predicadores eran tribunos. El entusiasmo patriótico cortaba á veces con aplausos los sermones.

De tal suerte imperaba el entusiasmo, que nadie se ocupaba en mirar a la gente de abajo, a pesar de hallarse de bote en bote el coliseo; y como tardase en subir el telón, hubo pateos y aplausos impacientes y furiosos. Al fin dio principio el ansiado acto segundo. Graduaba el autor hábilmente los efectos dramáticos, manejando con destreza los resortes del terror y la piedad.

Erguíase al andar, queriendo ser más alto; movíase con una arrogancia de conquistador; miraba a todos lados con aire triunfal, como si sus dos compañeros no existiesen. Todo era suyo: la plaza y el público. Sentíase capaz de matar cuantos toros existiesen a aquellas horas en las dehesas de Andalucía y de Castilla. Todos los aplausos eran para él, estaba seguro de ello.

Todavía conservaba hermosos ojos negros encajados en un rostro de correctas y agradables facciones. El acto primero tocaba a su fin. Se representaba un melodrama fantástico, cuyo nombre no recordamos, donde la compañía había desplegado todo el aparato escénico de que podía disponer. La cazuela estaba asombrada, y acogía cada cambio de decoración con estrepitosos aplausos.

Palabra del Dia

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