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El peligro que hay, decía, raya en pecado... pero añado, será pecado claramente si no se aplica toda esa energía de su alma ardentísima a un objeto digno de ella, digno de una mujer honrada, Ana. Si dejamos que vuelvan esos accesos sin tenerles preparada tarea de virtud, ejercicio sano... ellos tomarán el camino de atajo, el del vicio; créalo usted, Anita.

El Magistral no pudo saborear tranquilamente aquel triunfo vulgar, ordinario, porque sin querer pensaba en el grupo de la ventana del comedor. Mientras respondía con modestia y discreción a todos aquellos amigos, su imaginación estaba fuera. Pasaban minutos y minutos y los del comedor no venían. «¿Comería en casa de la Marquesa, Anita?

Anita volvía de sus escapatorias de salvaje con los ojos y la fantasía llenos de tesoros que fueron lo mejor que gozó en su vida. A los veintisiete años Ana Ozores hubiera podido contar aquel poema desde el principio al fin, y eso que en cada nueva edad le había añadido una parte.

Tiene usted razón, me pierdo.... Decía que Anita es una mujer de primer orden. ¿Ve usted qué hermoso es su cuerpecito que le tiene a usted hecho un caramelo? Pues cuando vea usted su alma, se derretirá como ese caramelo puesto al sol. Debo advertir a usted que para un alma buena no es más que un alma sana; la bondad nace de la salud. Es usted un poco materialista, pero yo no me enfado.

Escandalizarse es ridículo, es como no saber con qué se come alguna cosa.... Es una falta de educación entre la clase.... Y tolerar demasiado es exponerse. no te has de casar con ninguno de ellos.... Ni gana, tía dijo Anita sin poder contenerse, pesándole en seguida de haberlo dicho. Doña Águeda sonrió.

Anita, que estaba en la obscuridad, sintió fuego en las mejillas y por la primera vez, desde que le trataba, vio en el Magistral un hombre, un hombre hermoso, fuerte; que tenía fama entre ciertas gentes mal pensadas de enamorado y atrevido. En el silencio que siguió a las palabras del Provisor, se oyó la respiración agitada de su amiga.

Ana era de la clase; la honraba con su hermosura, como un caballo de sangre y de piel de seda honra la caballeriza y hasta la casa de un potentado. Las señoritas nobles no envidiaban mucho a Anita, porque era pobre. Para ellas la hermosura era cosa secundaria; daban más valor a la dote y a los vestidos, y creían que las proporciones los novios aceptables harían lo mismo. Sabían a qué atenerse.

Pudo Anita dormir en adelante la mañana, sin que nadie interrumpiera esta delicia; y pudo Quintanar levantarse con la aurora y recrear el oído con los cercanos conciertos matutinos de codornices, tordos, perdices, tórtolas y canarios. Si algo faltaba antes para la completa armonía de aquella pareja, ya estaba colmada su felicidad doméstica, por lo que toca a la concordia.

Ana iba distraída, porque no levantó la cabeza. Anita, Anita gritó Visitación. Entonces Mesía pudo ver el rostro de la Regenta, que sonreía y saludaba. Nunca la había visto tan hermosa.

Cuando le vio con Anita en la ventana, conversando tan distraídos de los demás, sintió don Fermín un malestar que fue creciendo mientras tuvo que esperar su presencia. Ana le sonrió con dulzura franca y noble y con una humildad pudorosa que aludía, con el rubor ligero que la mostraba, a los secretos confesados la tarde anterior.