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Actualizado: 14 de julio de 2025
Oye, Anita dijo con voz meliflua la perfecta cocinera ; tú eres una niña; y aunque nosotras poco sabemos del mundo, tenemos alguna experiencia, por lo que se observa. Eso es; por lo que observamos en los demás. En el mundo en que has entrado, y al que perteneces de derecho, es necesario... un ten con ten especial. Un ten con ten, eso. Sobre todo en el trato con los hombres.
Al momento me ocurrió una idea. ¿Qué papel es ese? le dije. Vamos a verle; será de algún enamorado; se lo arrebato, veo que empieza: Querida Anita; cuando no vi mi nombre respiré; empecé a echarlo a broma. ¿Quién será el desesperado? le decía riéndome a carcajadas. Veamos, y él mismo leyó el billete, donde me decías que esta noche nos veríamos aquí, si podía venir sola. Si vieras cómo se reía.
Pero otras veces, después de charlar cuanto quería, Quintanar solía levantarse, dar una vuelta por el Parque, vestirse, siempre cantando, y dejar así media hora larga solos a Anita y a su amigo. Y ahora no, no se movía. Ana y Álvaro se miraban, preguntándose con los ojos qué novedad sería aquella.
Mire usted una preciosa que pillé ahora mismo.... Le digo a usted, Anita, que sirvo para el caso. ¿A ver? ¡Eso es lo que usted encuentra! Comida de bicharracos.... ¡Uuuuy! ¿Qué pasa? exclamó solícito Borrén.
¡El arte no tiene sexo! gritaba . Vean ustedes, yo entrego a mi hija esos grabados que representan el arte antiguo, con todas las bellezas del desnudo que en vano querríamos imitar los modernos. ¡Ya no hay desnudo! Y suspiraba. La Mitología llegó a conocerla Anita como en su infancia la historia de Israel.
Don Álvaro daba el brazo a la Marquesa, y delante de ellos, detenida por la conversación de doña Rufina iba Anita, mordiendo hojas del boj de los parterres, con la frente inclinada, los ojos brillantes y las mejillas encendidas.
Ana, al oír aquello, cerraba los ojos para contener el llanto, y se juraba en silencio consagrarse a procurar la felicidad de aquel hombre a quien tanto debía, que tan grande se le mostraba, que prefería vivir cerca de ella para guiarla en el camino de la virtud, a ser obispo, cardenal, pontífice. «¡Y le calumniaban! ¡Y tenía enemigos! ¡Y había habido tiempo en que querían ponerle en ridículo, por que ella, Anita, seguía entregada a las vanidades del mundo, a pesar de ser hija de confesión de don Fermín! ¡Oh, ya verían, ya verían en adelante!».
Don Carlos tenía también el Cantar de los cantares, en la versión poética de San Juan de la Cruz. Estaba entre los libros prohibidos para Anita. A mí no me la dan decía don Carlos guiñando un ojo ; esta amada podrá ser la Iglesia, pero... yo no me fío... no me fío....
Y decía el obispo-madre: Sí, señora Marquesa, no se haga usted cruces, Anita está resuelta a dar este gran ejemplo a la ciudad y al mundo.... Pero Quintanar... no lo consentirá... Ya ha consentido... a regañadientes, por supuesto. Ana le ha hecho comprender que se trataba de un voto sagrado, y que impedirle cumplir su promesa sería un acto de despotismo que ella no perdonaría jamás....
Pero es material, no tiene nada que ver con el alma... pero el contacto es un peligro, sí, Anita; no ya por mí, por usted es necesario entrar en la vida devota práctica.... ¡Las obras, las obras, amiga mía! Esto es serio, necesitamos remedios enérgicos.
Palabra del Dia
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