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Actualizado: 14 de julio de 2025
Dio un paso atrás Anita, decidiendo no entrar en el teatro de su marido... pero su falda meneó algo en el suelo, porque don Víctor gritó asustado: ¡Quién anda ahí! No respondió Ana. ¿Quién anda ahí? repitió exaltado don Víctor, que se había asustado un poco a sí mismo con aquellos versos fanfarrones. Y algo más tranquilo, dijo a poco: ¡Petra! ¡Petra! ¿Eres tú, Petra?
En efecto, la nobleza iba en romería a ver el prodigio, a ver engordar a la niña. El elemento masculino notó mucho antes que el femenino la extraordinaria belleza de Anita. Pocos meses después de la fiebre, Ana había crecido milagrosamente, sus formas habían tomado una amplitud armónica que tenía orgullosa a la nobleza vetustense.
Para esto.... Para estar a los pies del mártir que matan a calumnias.... ¡Silencio! Silencio, Anita... que vuelve esa señora....
No quedaba más canónigo probable que el Magistral; el único bastante listo para meter aquellas cosas en la cabeza de Ana. Del Magistral era el guante, sin duda. Y Petra andaba en el ajo. Era encubridora. ¿De qué? Esta era la cuestión. De nada malo debía de ser. Anita era virtuosa. Pero la virtud era relativa como todo; y sobre todo Anita era de carne y hueso.
Es una ley providencial.» Pero a él ya no le convenía una chiquilla: necesitaba tranquilidad en casa; una mujer formal. «Fuera de casa, todo lo que tú quieras; yo no soy un santo, y aun después de casado, no diré que alguna vez no saque la pierna por debajo de la manta... Pero el hogar... el hogar, chico, es una cosa muy sagrada.» Analizó después el carácter de Anita, un poco seco en ocasiones y hasta irritable; pero en el fondo cariñoso y expansivo como pocos; una mujer muy sensata, muy seria en todas sus cosas y de un corazón inmejorable.
Leer y trabajar como si estuvieras a destajo.... No me interrumpas; ya sabes que riño pocas veces; pero ya que ha llegado la ocasión, he de decirlo todo; eso es, todo. Frígilis me lo repite sin cesar: «Anita no es feliz». ¿Qué sabe él? Bien sabes que él te quiere, que es nuestro mejor amigo. Pero ¿por qué dice que no soy feliz? ¿En qué lo conoce?...
No tardó siquiera media hora en entrar: traía puesta otra levita, el rostro se le había serenado por completo y se mostró en seguida tal cual era: jovial, divertido, siguiendo durante toda la noche de un humor excelente. Cuando a las doce, poco más o menos, se deshizo la tertulia y salieron, cogió del brazo a Miguel y le preguntó alegremente: ¿Qué te parece de Anita? Es una señora muy amable.
Donde la intendenta le llevó mucha ventaja fue en la mímica: Anita era una consumada actriz, mientras el tío Manolo se movía poco y con trabajo en la escena. El acto de Lucía comenzó igualmente muy bien: los coros, contra lo que se esperaba, estuvieron bastante acertados: Rivera dijo sus primeras frases de indignación con buen éxito: el concertante tampoco salió mal.
Decía usted que la niña.... ¡Soy cuerno! señor mío; y usted dispense. A mí no hay que ponerme motes. Aborrezco los sistemas. Lo que digo es que sólo creo en la bondad que da la naturaleza; a un árbol la salud ha de entrarle por las raíces... pues es lo mismo, el alma.... Y seguía filosofando para venir a parar en que Anita era la mejor muchacha de Vetusta.
Del Magistral se apoderó el Marqués que le llevó al salón donde estaban la Marquesa, la gobernadora civil, la Baronesa y su hija mayor, que no quería correr con aquellos locos; el Barón, Ripamilán, Bermúdez, que tampoco quería correr, Benítez el médico de Anita, y otros vetustenses ilustres.
Palabra del Dia
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