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Actualizado: 8 de mayo de 2025


No había alumbrado; pero el reflejo de la nieve que cubría las calles hacía la noche muy clara, aunque el cielo estaba muy oscuro. Salía yo de una de esas casas... Pero antes de que os diga la casa de donde salía, debo deciros quién soy yo. Soy un hombre ni feo ni hermoso, que acabo de cumplir treinta y seis años, y que en la época en que pongo la fecha de mis memorias tenía veinticuatro.

Amanecía ya y Agustín hablaba todavía; apenas la claridad del crepúsculo empalidecía la luz de la lámpara y hacía visibles los objetos se acercó a la ventana para bañar su rostro en el aire helado de la mañana. Veía su rostro anguloso y descolorido dibujarse como una mascarilla de sufrimiento sobre la extensión del cielo mal alumbrado por inciertos reflejos.

Sorprendido y ansioso esperarás con impaciencia las bellas, las dulces, las alegres aventuras como yo las he esperado, como las espera todo el mundo. Pronto sabrás a tu costa que en este planeta alumbrado por el sol no hay más que dolor, trabajo, pesares y miseria.

Cada noche era más débil el alumbrado en las calles. El cielo, en cambio, estaba rayado incesantemente por las mangas de luz de los reflectores. El miedo á una agresión aérea venía á aumentar las inquietudes públicas. Las gentes medrosas hablaban de los zeppelines, atribuyéndoles un poder irresistible, con la exageración que acompaña á los peligros misteriosos.

Á esta tarea excesiva y abrumadora, que lentamente iba agotando mis fuerzas, había que añadir las privaciones é inquietudes de la vida anormal que llevábamos los habitantes de París: mala comida, escasez de carbón, alumbrado defectuoso, noches en vela por las señales de alarma y el bullicio de la gente al anunciarse un ataque aéreo de los «Gothas».

Y la vieja, de pronto, le cogió la mano a Pomerantzev y se la llevó a los labios. El se puso muy colorado, como se ponen los hombres que ya peinan canas y tienen arrugas en la cara, y exclamó con indignación: ¡Vamos, señora, vamos! ¿Se les besa la mano a los hombres? Y salió de la estancia. El corredor estaba mal alumbrado. Pomerantzev marchaba lentamente.

Caía una lluvia fina cuando fue a apostarse en la calle de Serranos, cerca de la casa donde trabajaba la joven. A las ocho la vio salir, andando con su paso ligero y gracioso, rozando la pared y casi oculta en la penumbra de un alumbrado macilento, que en vez de luz parecía esparcir tinieblas. Bien comenzaba la entrevista.

Simoun se había quitado las gafas azules, sus cabellos blancos como un marco de plata rodeaban su enérgico semblante bronzeado, alumbrado vagamente por una lámpara, cuya luz amenazaba apagarse por falta de petróleo. Simoun, preocupado al parecer por un pensamiento, no se apercibía de que poco á poco la lámpara agonizaba y venía la oscuridad.

Vese entonces el barco del arrepentimiento, en cuyo centro, á manera de mástil, está implantada la cruz; cálices de oro adornan sus gallardetes; los símbolos de la Pasión forman los aparejos; sobre la cubierta se halla el Santo Sepulcro, y delante de él, arrodillada, la Magdalena arrepentida; San Pedro se sienta junto á la brújula, alumbrado todo por un cáliz de oro, cuya luz se extiende á larga distancia.

Esto ocurrió á principios de Septiembre, días antes de la batalla del Marne, cuando la invasión alemana se extendía por Francia, llegando hasta las cercanías de París. El alumbrado empezaba á ser escaso, por miedo á los «taubes», que habían hecho sus primeras apariciones.

Palabra del Dia

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