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Veo que no me olvidas. No tiene importancia: llevo pantuflas. Con botas es más difícil volar. ¡Llama! dijo Pomerantzev . Vámonos volando a cualquier parte, ¿te parece? Porque, ya ves, me aburro aquí. ¡Me aburro tanto! Además, me duelen las piernas. ¡Bueno, volemos! aceptó San Nicolás. Y volaron. En el corredor, mal alumbrado, reinaba un silencio inquietante.

La señorita Guichard acababa de encaminarse al saloncillo á fin de dar órdenes, sin duda, para la cena. Juzgó que la ocasión era favorable. Bajó al patio, atravesó los pabellones, subió ligeramente la escalera que conducía á sus nuevas habitaciones; llamó, y como nadie le respondía, entró. En el cuarto, alumbrado por una lámpara, estaba extendido sobre la cama el vestido de novia de Herminia.

Estos y muchos otros objetos indescriptibles me eran conocidos. Proseguí mi camino a través del almacén parcamente alumbrado, hasta llegar al despacho posterior o salón, donde encontré a Hop-Sing que me recibió con su afabilidad peculiar.

En cuanto mi tío se halló libre del ataque al despertar del sueño, relativamente tranquilo, que yo le había velado desde el amanecer, y vio el cuarto alumbrado por la luz del día, aunque parda y melancólica, olvidóse de las mortales angustias que había sufrido pocas horas antes, y no tuvo ni declaró otro deseo que el de saltar de la cama para hacer la vida de costumbre.

A no estar trastornado por sus preocupaciones, don Juan hubiese comprendido mirándola, que la esbeltez de aquella mujer era incompatible con la maternidad. Cuando aumentó repentinamente la intensidad del alumbrado, Julia y el chico lanzaron a dúo un ¡aah! formidable. Cristeta se sonrió, y a don Juan le pareció que de aquella sonrisa había brotado la claridad.

Así continuaron las cosas muchos años, apesar de los edictos de 1754, 1757 y 1758, siendo inútiles cuantos esfuerzos se hicieron por obligar á respetar el alumbrado, que siguió constituído únicamente por los farolillos que adornaban las cruces y retablos, que sostenían sus hermandades y cofradías.

Esta pava clandestina es la pava por excelencia, especialmente en el invierno. Todo duerme en la ciudad de Boabdil, menos la campana de la Vela y las sonoras fuentes de los patios. El alumbrado público se apagó á las doce. Por la calle sólo pasan otros novios que van ó vuelven. Pegado á una reja que casi linda con el suelo hay un fantasma con capa y hongo.

Allí pululan los animálculos luminosos que, atraídos momentáneamente á la superficie, aparecen formando regueros, serpientes de fuego ó resplandecientes guirnaldas. En su transparente espesor debe estar alumbrado el mar acá y acullá con tales resplandores; las mismas aguas tienen cierto brillo, una semi-luz que se nota sobre los peces, así vivos como muertos.

Llegaron al paraje en que era forzoso dejar el camino llano y tomar el de la montaña. Dejáronlo, en efecto, y comenzaron a subir por un sendero trazado en zig-zag entre los castaños. Dentro del castañar la sombra era espesa. Como llegaban del camino alumbrado por la luna, apenas veían. La oscuridad les infundió respeto, y guardaron silencio.

Después de tan corta ausencia, le sería fácil hacer pasar, la cosa como una simple broma. Ya en su casa, entró sonriendo en el gabinete donde había quedado su mujer; las lámparas ardían todavía, pero Mariana no estaba; después de haberla llamado con discreción, penetró en el dormitorio débilmente alumbrado, mas vio sorprendido que no había nadie; subió corriendo a las habitaciones de miss Brown.