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Ya se ve, pues, que entre el mal alumbrado y la gente non sancta, era harto arriesgado transitar por las calles en los buenos tiempos de la fe y de las venerandas tradiciones, pudiendo decirse que apesar de repetirse nuevos bandos sobre alumbrado en 1777 y 1779, hasta 1791 no contó Sevilla con un verdadero servicio, gracias al Asistente Ábalos, que, por cuenta del Ayuntamiento y cargando una contribución á los propietarios de casas, colocó faroles en todas las calles, los cuales faroles eran de forma adecuada y de dos mecheros, durando el alumbrado desde 1.º de Octubre de 1792 al 24 de Junio de 1793, las noches que no hacía luna, y terminando en el comienzo del verano.

El magnífico golfo del Sena, entre la Hève y Barfleur, alumbrado por faros amigos, abre el Havre á la América, recibiéndola directamente en el hogar, en el corazón de la Francia. El mismo Sena se adelanta hacia el mar para recoger las embarcaciones, iluminando con gran esmero todas las puntas de la Bretaña.

Atendió mucho a la conversión de infieles, y aun fundó en Chanchamayo colonias y fortalezas, que posteriormente fueron destruidas por los salvajes. En Lima estableció el alumbrado público con pequeño gravamen de los vecinos, y fué el primer virrey que hizo publicar bandos contra el diluvio llamado juego de carnavales. Verdad es que, entonces como ahora, bandos tales fueron letra muerta.

Luego cesaron los gemidos de Marta. Había dejado caer la barba sobre el pecho y sus ojos estaban medio cerrados. Casi se habría podido creer que dormía; pero continuaba divagando y marmoteando. Un gran silencio reinó en el dormitorio débilmente alumbrado. No se oía más que un ligero silbido del viento contra la ventana y el ruido de los ratones que corrían entre los tirantes del techo.

Pasaba también en vela noche tras noche, algunas veces en completa obscuridad; otras alumbrado sólo por la luz vacilante de una lámpara; y otras contemplándose el rostro en un espejo iluminado por la luz más fuerte que le era posible obtener, simbolizando de este modo el constante examen interior con que se torturaba, pero con el cual no podía purificarse.

El despacho del marqués era regularmente amplio, severamente vestido, severamente puesto y severamente alumbrado por la dulce y severa luz del Norte.

Y así continuó hasta un estrecho pasadizo, medio alumbrado por un farol clavado en la pared, y enteramente desierto, donde hubo de sacarle de su distracción una voz de mujer, grave, sonora, que hablaba sin duda con otra detrás de una mampara próxima, y que le dejó oír involuntariamente las siguientes palabras: Me va en ello más que piensas... es preciso; preciso de todo punto... ¡oh, Dios mío!

Temía haber dejado algo por hacer. Y seguía apresuradamente su camino. Cuando llegó la noche, Pomerantzev trató en vano de conciliar el sueño: daba vueltas, suspiraba; pensaba en mil cosas, pero no lograba dormirse. Entonces se volvió a vestir y se fue a ver al muerto. El largo corredor no estaba alumbrado sino por una lamparilla, y apenas se veía en él.

A la izquierda de la iglesia, se levanta aislada una alta torre que llaman Campanella. Arcos prodigiosos, de gusto, de arte, de belleza, de formas, dan vuelta á las tres fachadas de la plaza. Debajo de ellas se ofrecen entre un profuso alumbrado de gas centenares de elegantes tiendas y cafés. La plaza de San Márcos, como toda Venecia, sin exceptuar una sola calle, está muy bien embaldosada.

Si nos descuidamos un poco, en el monte se queda el sangriento botín de nuestra batalla, porque apenas despellejadas las fieras en el lugar, el sol, como si nada tuviera que hacer ya después de haber alumbrado tantas barbaridades, se envolvió la cara en crespones cenicientos que fueron dilatándose por la bóveda celeste, al impulso de un remusguillo que dio en soplar a media tarde.