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La blanca «Flor de almendro» comenzó a girar sobre sus pequeños pies, y él saltó y saltó, persiguiéndola en sus evoluciones. ¡Pobre muchacho! Jaime sentía una impresión de angustia, adivinando los esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo. Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a pesar de esto sonreía, satisfecho de su triunfo.

Mas ya Ariston exâminando las partes del arbol, su forma externa, su figura, y todas las demas cosas necesarias, combinándolas con otras de que tiene ciencia y experiencia cierta, asiente á que el arbol grande es almendro.

Aún tuvo serenidad para sonreír con una sonrisa forzada, fingiendo creer en una broma del señor. No repuso Febrer con energía . Hablo seriamente. Di, Margalida... «Flor de almendro»... ¿Y si yo fuese uno de tus novios? ¿Y si yo me presentase en el cortejo? ¿Qué contestarías?...

Van diciendo algunos que el Rey quiere hacelle regidor, a pesar de sus pocos años, y que, si esto sucede, don Alonso Blázquez le dará su hija Beatriz en matrimonio. Su padre don Felipe es gran caballero y fiel servidor del Rey y de la Iglesia. Luego, mirando un almendro que asomaba por detrás de un tejado y cuyos gajos comenzaban a cubrirse de flores, agregó: Agora llega la estación libidinosa.

No; yo no soy un gran señor, yo soy un desgraciado. eres más rica que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido que cultive sus tierras. ¿Aceptas que sea yo, Margalida? ¿Me quieres, «Flor de almendro»?... Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parecía quemarla, ella siguió hablando sin saber lo que decía. «¡Locura!

Aquí también las plantas desnudas, los álamos, los chopos, las acacias y otros mil árboles de sombra vuelven a vestirse de hojas verdes, y florecen el almendro y la higuera y los demás frutales, y nos dan el fruto con la poesía de la esperanza.

Gemía con honda angustia, y el enfermo creyó oír las mismas expresiones de remordimiento que otras veces había adivinado en su mirada. «¡Por mi culpa!... ¡Ha sido por mi culpaJaime experimentó una sensación de alegría ante estas lágrimas. ¡Oh dulce «Flor de almendro»!...

Nada que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor: cortejante nada más. Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación, pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual de los festeigs, estaba en una silla, en el centro de la pieza, acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes.

La voz del Cantó lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el preludio de todo galanteo.

Ayer el almendro cargado de flores Estaba, mas vino furioso huracan, Y hoy roto y marchito, sin flores, sin hojas, Se ofrece á los rayos del gran luminar. Ayer á mi patria miré que gozaba Los bienes preciosos de paz é igualdad, Y hoy veo que esclava, y en sangre revuelta Se ofrece á los rayos del gran luminar.