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Ayer un tirano con saña decia: «¡Yo soy el que mando, y esclavos serán!» Y hoy roto en pedazos su trono sangriento Se ofrece á los rayos del gran luminar. Ayer un guerrero cubierto de gloria Hollaba altanero su carro triunfal... Mirad ese polvo... su humilde sepulcro, Se ofrece á los rayos del gran luminar.

Ayer un poeta cantaba inspirado, Mas vino la muerte con soplo letal, Y hoy frio y vacío su cráneo potente Se ofrece á los rayos del gran luminar. En este lecho de silvestre grama No te vendrá á turbar ningun mortal, Ni el eco torpe que al tirano aclama, Ni el rumor de la orgía mundanal.

Entre estos últimos ¿quién no recuerda al famoso abad Esperaindeo, doctor ilustrísimo, de feliz recordacion, luz brillante de la iglesia en aquellos tiempos borrascosos, varon elocuente, maestro de los mas grandes genios que florecieron en la España mozárabe, y de quien se escribió que entre las amarguras que por entonces inundaban toda la Bética, prevalecian los raudales de su prudencia con los cuales endulzaba lo mas salobre? ¿Quién no descubre al punto á Eulogio, cuya figura colosal nos sale siempre al paso en nuestras indagaciones sobre aquellos oscuros tiempos, como nos atrae la mirada un hermoso planeta cuando nuestra vista se sumerge en los insondables piélagos del firmamento: luminar de la iglesia española durante su persecucion, restaurador de las ciencias eclesiásticas y de las humanidades, maestro de mártires y mártir gloriosísimo? ¿Quién finalmente se olvidará del caballero cordobés Alvaro Paulo, tambien discípulo sobresaliente de Esperaindeo; del doctor Vicente, á quien este mismo caballero nombra, y en cuyo elogio basta decir que el título de doctor era á la sazon de mucha dignidad en la Iglesia, y que por lo mismo se daba muy raras veces; de aquel eximio abad Sanson, rector de la iglesia de S. Zoil, de quien poco hemos hablado; del sabio Leovigildo, presbítero de la iglesia de S. Ciprian, que tan elocuentes páginas escribió sobre la observancia del trage clerical?

, que al partír de Cuba, inclinada la frente, cojiste tierra, "para besarla eternamente", lee en el libro abierto de mi Naturaleza, donde es panal la vida y otro Dios la belleza, donde, como en un pórtico de bienaventuranza, encontrarás a cada aurora una esperanza, y en la mujer, la flor, el nido y los alcores, oirás la sinfonía de todos los amores; el cielo, siempre azul, sin mácula ni daño, que da eternal cobijo al propio y al extraño; los árboles ciclopeos que alzan la copa al cielo y hunden, por defenderse, la raigambre en el suelo, de corteza tan amplia, que unida la cintura de tres gigantes de descomunal figura; el Apo y el Maquiling, el Taal y el Mayón de fraguas encendidas como un gran corazón, incensario de fuego hiriente en el altar de la patria, como un eterno luminar, como idea que salta del crisol de tu mente, como el anhelo indígena de ser independiente...

Ayer el almendro cargado de flores Estaba, mas vino furioso huracan, Y hoy roto y marchito, sin flores, sin hojas, Se ofrece á los rayos del gran luminar. Ayer á mi patria miré que gozaba Los bienes preciosos de paz é igualdad, Y hoy veo que esclava, y en sangre revuelta Se ofrece á los rayos del gran luminar.

Y proclamemos, de cara al Destino y ante cañones de gruesos calibres, que existe un nuevo derecho divino: el de los pueblos a ser todos libres. Y antes que el tiempo nuestra espalda encorve, pueda la patria de tu amor, Rizal, bajo el glorioso luminar del orbe, levantar su bandera nacional. Manileño. Residió largas temporadas en la metrópoli, forzado algunas veces por su profesión militar.