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Al mundo literario que te aclama le enalteces ¡oh clásico ironista! y a España le has legado con tu fama tu corona de insigne novelista. Mientras se nutra el pecho de ilusiones, de esperanzas y que el alma anhela, y elaboren amor los corazones, triunfará el ideal de tu novela.

Estoy seguro de que mi hermana le quiere mucho... pero le tiene cierto miedo, cierto respeto. ¡Quién podía esperar que usted se fijase en ella!... En casa todos parecen locos. El padre pone mala cara y habla solo; la madre gime y se aclama a la Virgen; Margalida llora; y mientras tanto, la gente cree que estamos de lo más alegres. Pero esto se arreglará, don Jaime; yo se lo prometo.

Hoy, como ayer, la multitud te aclama, te elogia el sabio, te celebra el sistro; y es actual, por imperio de tu fama, tu investidura de primer ministro. Murió el Estado efímero que urdiste, sin otro alguno, ni anterior, ni análogo; mas tu gobierno espiritual, subsiste, está en vigor tu original Decálogo.

Pero, ¿á qué hablar más en favor de Lope, cuando lo aclama y ayuda la misma naturaleza, maravillándose el siglo? Todos no nacen para todo. Uno se hace famoso con la prosa, otros con el verso; unos han nacido para lo heróico y otros para los ditirambos, como en las ciencias unos son teólogos, otros filósofos y médicos, otros matemáticos, y no todos descuellan en todo.

Sus reformas sobre la Irlanda le fueron sugeridas por O'Connel, el gran poeta de los meetings al aire libre, á cuya palabra poética debe su redencion un pueblo que lo aclama su libertador.

Señor, afírmale la lengua en la demanda de la huesa, que eres sobre toda cosa poderoso!» ¿Para quién reserva Dios la tremenda gloria de acabar la gran mezquita? Para Hixem, hijo predilecto de Abde-r-rahman, jurado ya por todos los walíes como sucesor en el imperio, á quien aclama hoy solemnemente la ciudad de Mérida, cuyas calles recorre con gran pompa y numeroso séquito de caballería.

Ayer un poeta cantaba inspirado, Mas vino la muerte con soplo letal, Y hoy frio y vacío su cráneo potente Se ofrece á los rayos del gran luminar. En este lecho de silvestre grama No te vendrá á turbar ningun mortal, Ni el eco torpe que al tirano aclama, Ni el rumor de la orgía mundanal.