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Actualizado: 8 de julio de 2025
Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime, tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos, cuando estaba casi segura de que iba a morir.
¡No vullc!¡no vullc! contestaba «Flor de almendro», agitándose entre los brazos de sus compañeras. Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres viejas, defendiéndola. «¡Dejad a la atlota! Margalida había venido para divertirse y no para entretener a los demás. ¿Creían empresa fácil sacarse de la cabeza repentinamente una contestación en verso?...»
Desde que vivían en la calle del Olmo, Doña Francisca fue abandonada de la sociedad que la ayudó a dar al viento su fortuna, y en las calles del Saúco y Almendro desaparecieron las pocas amistades que le restaban.
Palabra del Dia
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