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Actualizado: 5 de julio de 2025


Nada que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor: cortejante nada más. Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación, pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual de los festeigs, estaba en una silla, en el centro de la pieza, acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes.

«; burlarse de ellosPep lo afirmaba con tristeza. «¿Qué había sido lo de la noche de la tormenta? ¿Qué capricho había impulsado al señor a presentarse en pleno cortejo, sentándose al lado de Margalida como si fuese un pretendiente?...» ¡Ah, don Jaime! Los festeigs son cosa seria: por ellos se matan los hombres.

Quería trabajar la tierra, como su padre y sus abuelos, pero él lo destinaba al Seminario de Ibiza, ya que era listo en asuntos de letra. Sus tierras las guardaba para un muchacho bueno y trabajador que se casase con Margalida. Ya andaban muchos en la isla tras de ella, y apenas volviesen iba a empezar la temporada de los festeigs, el cortejo tradicional, para que escogiese marido.

Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril ciudadanía, que no le abandonarían mientras viviese, se juntaba con los otros atlots igualmente pertrechados, y empezaba para él la vida juvenil y amorosa: las serenatas con acompañamiento di relinchos, los bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su santo patrón, donde se divertía tirando al galle con certeras pedradas, y sobre todo los festeigs, los tradicionales cortejos, la busca de novia, costumbre la más respetable de todas, que daba origen a riñas y muertes.

Palabra del Dia

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