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Actualizado: 22 de mayo de 2025
¡Valiente cosa les importaba bailar bien o mal y que se rieran o no los parroquianos del merendero!... Lo interesante era estar en brazos uno del otro, pegados desde el pecho a las rodillas, transmitiéndose el alma con el calor de sus cuerpos, confundiendo los alientos. Sentían una alegría loca, como si el sorbo de cerveza, que acababan de beber contuviese todas las embriagueces de la tierra.
Eran más que hermanos: la mitad de su vida la habían pasado juntos, en contacto desde los pies a la frente, mezclando sus alientos, confundiendo sus sudores. Cada uno de ellos no sabía lo que en su cuerpo era suyo o asimilado del otro.
»Llamé, pedí el carruaje y comencé a vestirme para salir... ¡No me atreví a preguntar por mi hija, y no la echaba de la memoria un solo instante! ¿Qué haría, la desdichada, desde que yo la había dejado en el suplicio de su honda pesadumbre y sin alientos para llorar!
»Mi padre andaba aquella noche ciegamente empeñado en sus caballerías senatoriales; y con harto sentimiento mío, no recibí los alientos de su aplauso en aquella mi primera salida a correr las aventuras por las encrucijadas del gran mundo. »Recuerdo también la impresión que recibí al hollar por primera vez, y con pie inseguro, la espesa alfombra del salón de la fiesta.
»Todo esto leí; de todo esto me enteré, gastando en ello todas las fuerzas de mi voluntad. Pero era preciso hablar, responder de algún modo a aquellos cargos terribles; y para esta empresa ya no tuve alientos. Luz, entretanto, continuaba pidiéndome una respuesta con los ojos. ¡No los apartaba de mí! Estaba trémula, convulsa, la desdichada.
Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y, sacando un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, sólo porque olía a queso. Dijo Tosilos a Sancho: -Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco.
Trémula brilla en la celeste esfera La blanca antorcha que sucede al dia, Y de la noche la mortaja fria Sus anchos pliegues tiende en derredor. Soberbia en tanto entre la espesa bruma Se vé la cumbre de los altos Andes, Donde un gran pueblo con alientos grandes La alta bandera de igualdad clavó.
Mi amigo, que se anunció con un resoplido digno de mejores pulmones pues el pobre no los tiene muy sanos tomó sillón y alientos. ¿Has recibido mi carta? Sí. ¿Presumes á qué vengo? No. Pues vamos al grano. ¿Quieres acompañarme á un viaje? ¿Por mar ó por tierra? Por mar. Pero ¡hombre! tú estás empecatado. Es la época de los baguios.
»Al fin, puse mis ojos en la carta, y tuve alientos para enterarme de todo su contenido. ¡Qué infamia! ¡Y yo dudaba poco antes que hubiera almas bastante viles para cometerlas tan grandes como aquella!
Y la conversación se enredaba; y Cecilia, sin mirar a su novio le veía; y los ojos de doña Paula, posados alternativamente en uno y en otro, se iban enterneciendo cada vez más; y los alientos se cruzaban. Los hombros de los futuros esposos se tocaban.
Palabra del Dia
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