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Actualizado: 22 de mayo de 2025


No alcanzó el tranvía, y se fué a pie, porque tampoco halló coche, y después de media hora de caminata, llegó a la casa indicada, y tocó el llamador: nadie; subió la escalera de caracol, y en el primer descanso, dió dos palmadas: silencio siempre; derrengada casi, sin alientos, siguió subiendo, y allá arriba, campanilleó largo rato, hasta que salió un chico, con cara de Judas, y dijo que el señor no estaba. ¿A qué hora volvía? muy pronto, si quería esperar, que esperara.

Nada; sus registros resultaban siempre inútiles. La desventurada Felicia lloraba sin cesar. Nolo hacía esfuerzos por animarla. Pero tanto como ella necesitaba él de alientos, aunque por diferente motivo.

La triste verdad era que, a pesar de los alientos que había cobrado mi tío, los temporales crudos le mataban, y que los quebrantos de su cuerpo se le reflejaban en el espíritu por más que se empeñaba en disimularlo.

Sólo desde la ascensión al trono de Carlos III en 1759, Rey hasta entonces de Nápoles, educado en el extranjero y de inclinaciones reformistas, cobró alientos el partido, que daba el tono en la crítica para realizar sus propósitos con mayor extensión.

Falto de los estímulos de otros días, casi extinguidos ya los alientos juveniles, en espera de emprender, el día menos pensado el gran viaje, del cual no se regresa jamás; las numerosas notas y apuntes que podrían servirme para emborronar otras cuartillas, posible es que pasen al cajon de un especiero, con lo cual ya que sólo se habría perdido el tiempo que invertí en reunirlas, porque ni la Historia ni la Arqueología sentirán gran pena al verse privadas de otro ú otros volúmenes.

En el seno de la prosperidad en que ella vivía, no pudo darse nunca cuenta de lo grande que es el imperio de la pobreza, y ahora veía que, por mucho que se explore, no se llega nunca a los confines de este dilatado continente. A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad.

De ocho a diez estaba el café completamente lleno, y los alientos, el vapor y el humo hacían un potaje atmosférico que indigestaba los pulmones. A las nueve, cuando aparecían La Correspondencia y los demás periódicos de la noche, aumentaba el bullicio.

Vivió aún el infeliz cuarenta y ocho horas, y mientras tuvo alientos no cesaba de gritar: Señores, llévense de mi consejo: tranca y cerrojo..., nada de cerraduras..., la mejor no vale un pucho..., para toda chapa hay llave..., tranca y cerrojo, y echarse a dormir a pierna suelta...

Y después, ¿le harían abogado, médico, ingeniero, cura, ministro, general, emperador..., pontífice?... Porque los alientos de los padres alcanzaban a todo eso, o poco menos, y los merecimientos que suponían en el hijo, a mucho más.

Por fortuna, el médico anunciaba una curación pronta, y con este pronóstico feliz tomaba tales alientos la dama, que su espíritu empezó a reservar un hueco no pequeño para todo lo concerniente al orden de la indumentaria elegante. Los regalitos de Milagros en aquella ocasión triste le llegaban al alma. Y cuenta que no eran bicoca estos obsequios.

Palabra del Dia

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