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Actualizado: 29 de julio de 2025
«Y la juventud huía, como aquellas nubecillas de plata rizada que pasaban con alas rápidas delante de la luna... ahora estaban plateadas, pero corrían, volaban, se alejaban de aquel baño de luz argentina y caían en las tinieblas que eran la vejez, la vejez triste, sin esperanzas de amor.
Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!... Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez más de él.
Apenas Roberto hubo pasado la puerta de la ciudad, notó que a su paso la gente lo trataba de manera enteramente singular. Los unos lo evitaban, los otros levantaban su gorra con ademán torpe, y tan pronto como podían, decentemente, se alejaban de él.
Llevado por su entusiasmo patriótico, seguía González mencionando todo lo que había oído á Robledo, pero sus oyentes eran cada vez más escasos. Se alejaban, atraídos por los preparativos de la merienda, prefiriendo la contemplación de las mesas á la del antiguo río de los Sauces y á escuchar el relato de las hazañas del joven oficial de la marina española.
Juraría dijo que al llegar á la puerta por la parte de adentro, he sentido pasos silenciosos, pero precipitados, que se alejaban. No importa, yo volveré y veremos lo que esto significa. Dadme la mano para que os guíe, fray Luis. El padre Aliaga dió á tientas la mano al bufón. Estáis muriendo, padre; vuestra mano está fría como la de un muerto dijo el bufón al sentir el contacto de aquella mano.
Yo no lo creyera á no verlo. ¡Las mujeres! ¡las mujeres! Y luego se oyeron unos tardos pasos que se alejaban. Entre tanto Montiño, siguiendo á la dama tapada siempre, había atravesado dos hermosas cámaras alfombradas, amuebladas con riqueza, en muchos de cuyos muebles, reparados al paso por el joven, se veían las armas reales de España y Austria.
Acometiole un deseo vivo de escuchar su plática, y sin reflexionar sobre el peligro que corría, fuese acercando poco a poco al seto, doblando el cuerpo para no ser vista. Buscó el paraje más sombrío y seguro, y escuchó. Sólo se les oía cuando cruzaban cerca. En cuanto se alejaban unos cuantos pasos no se percibía palabra alguna.
Luego se alejaban las cubanas, con carcajadillas discretas, con medias palabras, taconeando firme y moviendo un ruge-ruge de telas frescas y de ropa fina. Un cuarto de hora lo menos quedaba Pilar murmurando de las petimetras y de alguien más también. ¡Cada día más exageradas y más estrepitosas!
¡Oh, mientras el ancho sol ocultábase allá abajo y se alejaban todos jadeantes, agrandando sus sombras sobre los terrones de los surcos y las sendas húmedas con el sereno del crepúsculo, cómo maldecía yo, cómo odiaba a toda la banda, hombres y animales!... Ni mi compañero ni yo podíamos lanzar, como de costumbre, unas notitas de despedida a ese día que expiraba.
Pero según se iban alejando amortiguábanse las amenazas del maestro. Después, cuando estaba agotada sin éxito alguno esta maniobra, iniciaban los pescozones y repelones á todo correr. ¡Lladres! ¡lladres! Y lanzándoles este insulto, les tiraban de la oreja y se alejaban trotando, para retroceder un poco más allá y repetir las mismas palabras.
Palabra del Dia
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