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Actualizado: 29 de junio de 2025
Cornelio y Hans, parapetados tras de unos pedruscos, hacían fuego sin cesar, procurando herir a los jefes y a los sacerdotes, mientras su tío y el piloto se alejaban corriendo para llegar pronto a las peñas, de las cuales distaban ya muy poco. Tenían esperanza de llegar pronto a la orilla del mar si los dos valientes jóvenes conseguían retardar el asalto algunos minutos.
Cuando terminó aquel estado y cobró el conocimiento, hallose tendido boca abajo en el suelo del oscuro desván. Puso atención a los ruidos de abajo y le pareció que se alejaban. Arrastrándose trató de subir al tejado y salió al fin aunque con dificultades, porque le dolía una rodilla y movía muy mal el brazo derecho.
Dame la mano, barbitas de San Juan, que tienes patitas de bailaor y ojillos de meteor. Las repelían como si fuesen perros, amenazándolas con llamar a la pareja, y ellas se alejaban sin resentimiento, con muecas burlonas, abriendo los ojos desmesuradamente.
Los disparos de escopeta se alejaban y disminuían en número. Después quedó todo en silencio... Aquello había terminado. Entonces regresamos despacio a la llanura, para saber algo de nuestra gente. Al pasar por delante de la casita de madera, presencié una cosa horrible.
El sol enrojecía los aleros; retirábanse en busca del relevo los guardias de la noche, y en las calles sólo se veían las huertanas cargadas de cestas camino del Mercado. Los panaderos abandonaron al Menut en la puerta de su casa. Vio cómo se alejaban, y aún permaneció un rato inmóvil, con la llave en la cerraja, como si gozara viéndose solo y sin protección.
Los gritos de los combatientes seguían oyéndose por el lado del río; pero a medida que los náufragos se alejaban en dirección contraria, se iban debilitando. A la media hora de marcha apenas se sentían, y poco después se apagaron por completo. ¿Habría terminado la lucha? No podían saberlo, pero su resultado les era indiferente, pues tan enemigos suyos eran los unos como los otros.
Los ojos azules, claros, sin expresión, muy abiertos, de doña Paula, alejaban la posibilidad de toda sospecha; por los ojos se le conocía que no toleraba que se pusiese en tela de juicio la pureza de costumbres de su hijo y la inocencia de su sueño; ni al mismo Provisor le hubiera consentido media palabra de protesta, ni una leve objeción en nombre del qué dirán. ¿Qué habían de decir?
Dentro de la caja vetusta y crujiente se alejaban sus esperanzas, la razón de ser de su vida. ¡Y así eran en realidad las grandes separaciones, los hondos dolores: sin palabras sonoras, sin frases elocuentes; completamente distintas de como se ven en los teatros y en los libros!...
Complacióme el recuerdo de mejores años, de venturosos días; suspiraba yo por la tranquilidad del colegio en que pasé dos lustros, y me parecía que las alegres memorias de la infancia alejaban de mí pesares y dolores. ¡Angelina! ¿Dónde estaba Angelina? ¡Cómo lloraría por la enferma! ¡Gabriela! ¡Qué dulcemente consolaría a su amigo!
Transcurría el tiempo sin que la cubierta se viese tan poblada como en otras mañanas. Muchos sillones permanecían vacíos. Las graves señoras alejaban a sus hijas para conversar entre ellas con voz de misterio y gestos de indignación, como si comentasen algo escandaloso. No había aparecido aún ninguno de aquellos jóvenes de cuya amistad hablaba Maltrana con entusiasmo.
Palabra del Dia
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