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Todos se alejaban indudablemente hacia el pueblo después del perdón del general... Estaba en mitad de la avenida, cuando sonó un aullido compuesto de muchas voces, un grito espeluznante como sólo puede lanzarlo la desesperación femenil.

Y ambos se emparejaron y se pusieron a caminar al paso, unas veces vivo, otras muerto, de sus cabalgaduras. Conforme se alejaban de la villa industrial, el paisaje iba siendo más ameno. La carretera bordaba las márgenes de un río de aguas cristalinas, y era llana y guarnecida de árboles.

La guardia civil empujaba á los romeros fuera de la plaza. Salían en bandas de la iglesia con sus estandartes, desgarrados en la lucha, y emprendían la ascensión á Begoña escoltados por los jinetes. La muchedumbre hostil, contenida en su avance por la tropa, oía cómo se alejaban las cofradías por las calles empinadas que daban acceso al santuario.

Apuntó rápidamente a los dos animales, que se alejaban velocísimamente; pero Van-Stael le bajó el brazo, diciéndole: Deja tranquilos a los kanguros, que tienes necesidad de tus balas para otros enemigos más temibles. ¿Qué quieres decir? Que los australianos están delante de nosotros. ¿Dónde? Yo no los veo. Detrás de las matas que andan. ¡Oh! , Cornelio.

Creíanse, como tengo dicho, hijos del lago, del bosque ó de la orilla del rio en que vivian, por cuya razon nunca se alejaban de su recinto. Por lo demas, cada pueblo tenia una creencia diferente; confiaban los unos en la merced de ciertos dioses solteros ó casados que presidian á las siegas, á la pesca y á la caza; otros profesaban un respeto temeroso á los dioses del trueno.

Y no contentos con la mano, sus garras obscuras se aventuraban á lo largo del brazo, mientras las señoras reían de esta adoración trémula. Otros avanzaban entre el gentío ofreciendo su diestra á todas las mujeres. «Toquemos mano.» Y se alejaban satisfechos luego de recibir el apretón. Vagó mucho tiempo Desnoyers por los alrededores de la basílica.

Su abuelo persistía en el honrado propósito de arreglar más a justicia estas cosas, que le repugnaban; pero su esfuerzo alcanzaba a poco. Por de pronto, cada día se alejaban más de la casa de su yerno, porque cada vez le eran más insoportables «las majaderías y sandeces» que observaba en ella.

Pero ¿cómo quiere usted que piense en su tío? Apenas sabe que existe. ¡Bah! la pequeña es avisada; le bastará un momento de memoria, para enviaros a paseo, si la mortificáis, y sus buenas rentas desaparecerán con ella. ¡Ah! tenéis razón... No le pegaré más, pero... Se alejaban y no el final de la frase. Después de la comida, a la que no quise asistir, salí en busca de Susana.

Serafina había ido al coche desde la casa de Emma, porque ésta no podía salir aquella noche; se sentía mal, y se habían despedido en el gabinete de la Valcárcel. Bonis se detuvo en el portal, cuando ya todos estaban arriba. ¡Qué ruido! ¡Qué algazara! ¡Lo de siempre! Ya nadie se acordaba de los que se alejaban carretera arriba; como si tal cosa.

A Jacinta le daban marcos cuando los miraba con fijeza. Ya se acercaban hasta tocar con su copudo follaje la ventanilla; ya se alejaban hacia lo alto de una colina; ya se escondían tras un otero, para reaparecer haciendo pasos y figuras de minueto o jugando al escondite con los palos del telégrafo. El tiempo, que no les había sido muy favorable en Zaragoza y Barcelona, mejoró aquel día.