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El chico volvió a gritar: ¡Cereza! ¡Cereza!... Por Dios, me dejéis la Cereza... Señor escribano, déjeme la Cereza... Pero viendo que se alejaban sin hacer caso, dejó de suplicar. Se puso a recoger piedras del suelo y a arrojárselas lleno de ira. ¡Ladrones! ¡ladrones!... ladrones de vacas... ¡Déjame la Cereza, ladrón!... ¡Deja esa vaca, ladrón!

Los coches se alejaban; subían por la calle principal de la Colonia, sin algazara; las luces de los faroles se bamboleaban, se ocultaban y volvían a aparecer, cada vez más pequeñas... «¡Ahora callanpensó don Fermín. «¡Peor, mucho peor!». Los cascabeles volvieron a sonar como canto lejano de grillos y cigarras en noche de estío....

La familia de la duquesa, como algunas de la grandeza, era sumamente devota; y en este espíritu había sido educada Leonor. Su reserva y su austeridad la alejaban de los placeres y ruidos del mundo, a los cuales, por otra parte, no tenía la menor inclinación. Leía poco y jamás tomó en sus manos una novela. Ignoraba enteramente los efectos dramáticos de las grandes pasiones.

Oyó los pasos que se alejaban poco á poco y volvió á sentarse murmurando: ¡Pobre joven! ¡Tambien parecidos pensamientos cruzaron por mi mente un día! ¿Qué más quisieran todos que poder decir: he hecho esto por mi patria, he consagrado mi vida al bien de los demás...? ¡Corona de laurel, empapada en acíbar, hojas secas que cubren espinas y gusanos!

Odiaba cordialmente a las personas de las cuales me servía, sin embargo, para llegar hasta cuando la prudencia u otros motivos me alejaban de su casa. Pensaba, no sin fundamento, que eran tan enemigos suyos como míos.