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Actualizado: 2 de mayo de 2025
También a Nieves, que ya se había alarmado no poco al ver el continente de su padre, le tembló la carta entre las manos: primero por zozobra, y después por indignación.
Se habló de la belleza de la Tosti. Ramoncito, enternecido por el triunfo que acababa de obtener, quiso negársela; maldijo de las mujeres altas, y sobre todo de las rubias. Su amigo Pepe, alarmado por este desahogo que daba al traste con todos los planes de asedio en que habían convenido, le hizo una porción de guiños disimulados hasta que consiguió traerlo al buen camino.
Al través de las sonrisas de la niña, de su modestia y rubor, creía observar un sentimiento de hostilidad que a menudo la desconcertaba. La esposa de Osorio continuaba desplegando el mismo boato, esparciendo profusamente el dinero a despecho de la ruina inminente de su esposo, que tanto había alarmado a Pepa Frías. Esta ruina no había estallado como se pensaba.
Antes de encerrarse en un cuartucho de la «Posada de la Sangre» el antiguo «Mesón del Sevillano», habitado por Cervantes había sentido una ansiosa necesidad de ver la catedral; y pasó más de una hora en torno de ella, oyendo el ladrido del perro que guardaba el templo y rugía alarmado al percibir ruido de pasos en las callejuelas inmediatas, muertas y silenciosas. No había podido dormir.
Y en voz alta, echando a broma el aviso, que en realidad le había alarmado, dijo: Pensará hacerse abogado y estará dando lección con Cernuda. Amigo, ahora que va a ser padre, quiere ser un sabio; estudia mucho. Los dos rieron la gracia, y sobre todo la malicia. Pero a don Nepo otra le quedaba. Lo de Cernuda era grave. Había que vivir prevenido.
De aquí salieron los Reyes pensó Bonifacio, que desde una calleja vecina contemplaba el cuadro de paz suave y melancólica de aquella miseria, aislada de las vanas grandezas del mundo . Un grupo de castaños y una pared de una huerta, le ocultaban a la vista de los chiquillos y los perros, que, de notar su presencia, se hubieran alarmado.
El aperador, alarmado por el aspecto de la enferma, hablaba de traer un médico de la ciudad. Esto no es cristiano, tía Alcaparrona. Esa criatura se muere como una bestia. Pero ella protestaba con indignación. ¿Un médico? Eso era para los señores, para los ricos. ¿Y quién había de pagarlo?... Además, ella no había necesitado de médico en toda su vida y era vieja.
¡Que usted no estaba aquí y ahora está! ¡Me había alarmado, caramba! Celebrando la ocurrencia de Baldomero se repitió la presentación de los huéspedes y el grupo se dirigió hacia el gran break de la estancia que se encontraba al otro extremo del andén. Al recorrer éste, Melchor fue objeto de las más afectuosas demostraciones: ¡Don Melchor! ¡cuánto gusto!... ¡Don Melchor!... ¡qué alegría!...
Se ahogaba; su pecho agitábase con los estertores de una tos cavernosa. El maestro de capilla se aproximó a él alarmado. No hay que asustarse dijo Luna reponiéndose . Es lo de todos los días. Estoy enfermo y no debía hablar tanto. Además, estas cosas me excitan.
Quizá había caído alguna prenda de vestir en la chimenea: algún calcetín, algún pañuelo... El tío Frasquito saltó fuera de la cama y corrió allí muy alarmado... ¡Tampoco!... El fuego ardía en la chimenea moderadamente, y la espesa grille metálica que la cerraba no permitía el paso a ninguna brasa. ¡Cosa más singularr!...
Palabra del Dia
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