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Actualizado: 27 de julio de 2025
El Canelo se detuvo en su carrera y cayó herido mortalmente. El conde soltó una carcajada y dijo alargando la escopeta á miss Florencia: «Veo que aún no he perdido enteramente la puntería». Todos los circunstantes quedaron atónitos. Pedro se puso blanco como el papel; después le subió una ola de sangre á la cara y pasó un relámpago de ira por sus ojos.
Don Juan permaneció un instante silencioso y luego dijo: Bueno, pues lo primero es que me averigües, con seguridad, si están casados, y el punto, el pueblo donde está él, y qué empleo tiene. Además, le entregarás esta carta a la señorita... y esto para ti. Dicho lo cual, alargando la mano por bajo de la mesa, colocó sobre la falda de Julia cinco monedas de a duro.
Marcos Divès recibió a quemarropa dos pistoletazos, uno de los cuales le cubrió de humo la mejilla izquierda y el otro le arrebató el sombrero; pero al mismo tiempo, el contrabandista, encorvándose sobre la silla y alargando el brazo, atravesó al corpulento oficial de los bigotes rubios y le clavó a uno de los cañones.
Comió, si no con gran placer, al menos sin hacer ningún asco, mientras el mayordomo la contemplaba fijamente con expresión triunfal. El Canelo participó también del festín, y bien lo tenía ganado, pues por milagro no se le desprendió el rabo á fuerza de menearlo. Vamos, vamos, que ya es hora de ir llegando á la fiesta. Y otra vez emprendieron la marcha, alargando el paso.
Gracias a Dios, señor perdido... gritó la Marquesa incorporándose un poco y alargando una mano, que desde lejos, y gracias a su buena estatura, pudo estrechar el Magistral con gallardía, haciendo un arco sobre el cuerpo gentil, color cereza, de Obdulia, que desde allá abajo parecía querer tragar al buen mozo en los abismos de los grandes ojos negros.
Toma y lee dice, ceñudo, Apolonio, alargando despectivamente a Belarmino, como si fuese su sentencia de muerte, el telegrama que acaba de recibir. Después de haber leído el telegrama de Apolonio, Belarmino saca de la chaqueta otro telegrama, que entrega a Apolonio. Luego abre los brazos, mira al firmamento, y suspira: Toma y lee. ¡Bendito sea Dios!
Es de esa Huerta fabulosa que van á todas las ciudades de Europa las deliciosas naranjas de finísima corteza. Parece una tonta exageracion; pero yo alcanzaba casi á tocar los racimos de naranjas, alargando el brazo desde el wagon del tren en que iba con la velocidad del rayo.
La barraca sufrió una conmoción, y tal desgracia hasta hizo que la familia olvidase momentáneamente al pobre Pascualet; que temblaba de fiebre en la cama. Lloró la mujer de Batiste. Aquel animal alargando su manso hocico había visto venir al mundo á casi todos sus hijos.
«Tú no tienes sueño; ¿a que no lo tienes? le decía él . ¿A que te despabilo y te pongo como un lucero?». ¿A que no? ¿Cómo? Contándote toda la verdad de lo que te dijo Amalia, haciendo una confesión general para que veas que no soy tan malo como crees. ¡Ah!, sí; ven, ven, hijito exclamó ella alargando sus brazos desnudos . Confiésame todo; pero con nobleza.
Mas Pulidito, alargando el inexorable dedo indicador, cual si fuesen sus falanges elásticas, y agitándolo de arriba abajo con la fatal oscilación de un péndulo acompasado, exclamó con temeroso acento: ¿Lo ves, Pepe?... ¿Lo ves?... ¡Lo dije!... ¡Lo dije!... ¿Qué? replicó Butrón con el aire resignado de quien se prepara a recibir un importuno chubasco.
Palabra del Dia
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