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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Fue con paso vacilante hacia la alcoba y a tientas, porque ya la oscuridad era completa, metió las manos en el armero y sacó dos grandes sables de caballería. Toma dijo alargando uno al capellán.
Iban alguacil delante y familiar detrás, estirando a cual más podían las zancas y alargando los pescuezos, aficionado el uno al agasajo que de seguro le harían en aquella principalísima casa mientras esperase, y desasosegado y agonizando el otro por volver a ver a doña Guiomar; y esperaba el alguacil que alguna linda doncella, o dueña de no malos bigotes viniese a él, por mandamiento de su señora, para hacerle menos enojosa la espera; que el alguacil no podía creer sino que a cosa de amores volvía el familiar solo a la casa, y sin color de justicia, y que por esto se había salido de la casa sin prender a nadie; y en cuanto al familiar, no pensaba nada, sino que de él tiraban duendes o diablos para llevarle a su perdición; y aunque él no quería, salíasele el alma al mezquino, como si su alma hubiese querido llegar súbitamente y juntarse con aquella otra alma que dentro de aquel hermosísimo cuerpo vivía.
Alargando el hocico hacia la derecha, veía asomar por la portezuela uno de los brazos de la dama sacrificada al vil metal. Aquel brazo rígido y aquel puño de rosa hablaban enérgico lenguaje á la imaginación de Migajas, que en medio del estrépito de las ruedas oía estas palabras: ¡Sálvame, Pacorrito mío, sálvame!
Facundo, al fin de un año de trabajo asiduo, pidió su salario, que ascendía a sesenta pesos; montó en su caballo sin saber adónde iba, vió gente en una pulpería, desmontóse y alargando la mano sobre el grupo que rodeaba al tallador, puso sus sesenta pesos a una carta; perdiólos y montó de nuevo marchando sin dirección fija, hasta que a poco andar, un juez Toledo, que acertaba a pasar a la sazón, le detuvo para pedirle su papeleta de conchavo.
Tendió Micromegas con mucho tiento la mano al sitio donde se vía el objeto, y alargando y encogiendo los dedos de miedo de equivocarse, y abriéndolos luego y cerrándolos, agarró con mucha maña el navío donde iban estos señores, y se le puso sobre la uña, sin apretarle mucho, por no estruxarle.
Sobre la mesa van cayendo fichas de un duro y de cuatro duros, y placas de 50, de 100, de 500 y de 1.000 pesetas. Las raquetas van y vienen, manejadas por manos febriles. Un señor, alargando trabajosamente el brazo por entre la muchedumbre, pone 1.000 pesetas a encarnado. Es un jugador de a pie.
Era Guillermina Pacheco. «Parece que la santa frecuenta ahora estos barrios murmuró doña Lupe, alargando la cabeza para observarla por la calle abajo . Ya la he visto pasar cuatro o cinco veces a distintas horas. Verdad que para ella no hay distancias... Ahora que recuerdo, me ha dicho Casta que es pariente suya, y he de preguntarle...». La fundadora inspiraba a doña Lupe grandes simpatías.
Perdóname... ¿Por qué no has salido luego que se fue ese cura?... ¿Pensabas que iba a arrojarte?... No, preciosa mía... no... Te quiero, te adoro... Al mismo tiempo, alargando las manos, tropezó con una de su esposa, la cogió y la llevó a sus labios con entusiasmo. La dama la retiró prontamente. D. Álvaro quedó sobrecogido.
Después, alargando una mano, según estaba sentado, cogió de sobre el velador la botella de Jerez, hizo que Carola empinase, y en seguida pretendió que, con los labios húmedos, le besara. ¿No te dan gusto este vinillo y ese fuego tan cariñoso? ¡Vaya un hombre, que tié al lado una mujer y se pone en cuclillas junto a la chimenea!
Ahora dijo Isidora con resolución alargando la mano hacia el chaleco del buen hombre , venga el reloj... ¿El mío?... ¿Y la cadena? Todo». Algo se desconcertó el viejo al verse privado del uso de aquella prenda, no de mucha valía, que Isidora le había regalado el 19 de marzo del año anterior.
Palabra del Dia
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