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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Al reflexionar sobre su miseria y las atenciones de que yo me hallaba rodeada, he tomado la resolución de no regatear nada, alimentos, ropas, leñas, dinero, todo, en fin, cuanto pueda facilitar con mis economías a esta pobre mujer. ¡Cuánto se sienten los ajenos sufrimientos cuando uno los ha probado!
Estos elementos serian ajenos al triángulo, y por consiguiente le quitarían su naturaleza. En las relaciones necesarias no cabe mas ni menos, ni añadiduras, ni sustracciones de ninguna clase: lo que es es, y nada mas.
Nosotras decía Rufita después de los acostumbrados saludos; porque es de saberse que su madre apenas desplegaba los labios sino para sonreír continuamente y decir a todo «justo» , teníamos noticias exactas de su venida a Peleches este verano, no solamente por don Claudio que tanto nos distingue porque nos aprecia muchísimo, sino por la misma tía Lucrecia que nos lo escribió por el último correo, al darnos parte de que vendría también mi primo carnal, Nachito, a conocernos a todos sus parientes... vamos, a ustedes y a nosotras, ya que no podía venir ella por haber engordado una barbaridad, ni tampoco el tío Cesáreo, que tiene que estar siempre a su lado, porque no se puede valer de por sí sola, de puro gorda que está... Por supuesto que de esta venida del primo, muy corrida por aquí, y de saberse también que se ha carteado conmigo... ¡uff! han sacado los murmuradores horror de cosas: que si hay planes arreglados, ¡vea usted!; que si debe vivir con nosotras, porque es hijo de un hermano de mi madre; que si vivirá en Peleches, aunque es sobrino de ustedes solamente por parte de la suya; que si, por sus caudales atroces, estaría mejor arriba que abajo, por otros particulares que conoce bien la pobre tía Lucrecia y no habrá olvidado tampoco el tío Cesáreo, más propio y hasta más decente sería vivir abajo que arriba... Vamos, lo de siempre que la murmuración mete la pata en negocios ajenos... Pero nosotras, gracias a Dios... ¡y a buena parte vienen a hacer leña!... ¿eh, mamá?... nosotras bien conocemos que para alojar a una persona de la importancia de Nachito, no somos todo lo... vamos, todo lo principales y ricas que se requiere, por más que en educación y en sentimientos no tengamos que envidiar a las señoras más encumbradas; y por lo mismo que conocemos esto, no nos chocaría que mi primo se encontrara más a gusto en Peleches... ¡Ah! pues deje usted, que no falta quien dice que viene a casarse con usted, Nieves... usted sabrá si es cierto, ¡ja, ja, ja!
Pues, lisa y llanamente, las lágrimas de sus ojos y la expresión dolorida de su cara infantil; y yo me preguntaba en cuanto salí de mis dudas: «Pero ¿cuándo está más mona esta chica? ¿cuando ríe y gorjea como los pajaritos del monte, sin penas ni cuidados, o cuando siente, como ahora, a falta de dolores propios, la compasión que le inspiran los ajenos?» Y no sabiendo por cuál de estos extremos optar, quedéme con los dos, porque es lo cierto que, riendo o llorando, estaba monísima aquella criatura.
Nadie se preocupaba de la seguridad de los viajes ajenos: cada uno que velase por sí mismo. Se confiaba en Dios y no se tenía miedo a nada. Una expedición al mando de un viejo capitán de Indias salía de Cádiz para la isla de las Perlas, en las costas de Venezuela.
Y al terminar sus obras de caridad, lavadas sus hermosas manos, enjutos sus ojos de las lágrimas vertidas por males ajenos, cambiando su vestido de seda gris por otro elegante y sencillo, volvía otra vez entre la sociedad, suelto el espíritu, abierto el corazón, con la graciosa expresión de la dama discreta y sociable, animando las conversaciones, expansionando el corazón ajeno, llevándose con su serenidad las penas y sinsabores de las almas, como se lleva el viento tibio de la primavera entre sus torbellinos, las hojas secas de la noche para dejar en libertad de abrirse a los botones de las nuevas flores.
Se desfiguraba el buen caballero español, de santa ira, la cual, como apenado luego de haberle dado riendas en tierra que al fin no era la suya, venía siempre a parar en que don Manuel tocase en la guitarra que se había traído cuando el viaje, con una ternura que solía humedecer los ojos suyos y los ajenos, unas serenatas de su propia música, que más que de la rondalla aragonesa que le servía como de arranque y ritornello, tenía de desesperada canción de amores de un trovador muerto de ellos por la dama de un duro castellano, en un castillo, allá tras de los mares, que el trovador no había de ver jamás.
18 Porque la Escritura dice: No embozarás al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su jornal. 19 Contra un anciano no recibas acusación, sino con dos o tres testigos. 20 A los que pecaren, repréndelos delante de todos, para que los otros también tengan temor. 22 No fácilmente impongas las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos; consérvate en limpieza.
En este caso complicado intervienen mil elementos ajenos a la teología moral.
Tú aprenderás esto, aprenderás a poner tu fealdad a los pies de la hermosura, a contemplar con serenidad y alegría los triunfos ajenos, a cargar de cadenas ese gran corazón tuyo, sometiéndolo por completo, para que jamás vuelva a sentir envidia ni despecho, para que ame a todos por igual, poniendo por encima de todos a los que te han causado daño.
Palabra del Dia
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