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Actualizado: 27 de junio de 2025
Antes bien, con dulces y piadosas palabras suavizó lo agrio del desvío, y vertió en la herida que acababa de abrir bálsamo celestial de consuelo.
Le indignaban aquellas injustas y malévolas palabras, pero no se atrevía á salir á la defensa de su querida por miedo de enojar á Mercedes. Ni la subo ni la bajo manifestó Frasquito en tono agrio. Digo lo que todo Cádiz sabe. Si tú no lo quieres confesar, será también porque está tu hermana delante. La disputa iba tomando mal sesgo. La madre de las Cardenalas se creyó en el caso de atajarla.
¿Ha venido el señor Gil del Páramo? dijo á un maestresala que se presentó á su llamamiento. En la antecámara espera, señor dijo el maestresala. Hacedle entrar. Entró un hombre de semblante agrio y ceñudo, vestido con el traje de los alcaldes de casa y corte, y se inclinó profundamente ante el duque. ¿Sois vos el que rondaba cuando encontrásteis herido al señor conde de la Oliva?
De haberle prestado, tal vez se le apaciguase a don Quintín el odio que le profesaba; pero aquella descortés negativa recrudeció hasta lo indecible sus antiguos deseos de venganza. «¡Habrá tío marrano se decía , que me da de almorzar vino agrio y patatas negras; me propone que le ayude a engatusar a mi pobre sobrina, que al fin es mi sobrina, y ahora me niega cuarenta miserables duros!»
Un frío húmedo sorprende repentinamente; el aire estancado, donde los bienhechores rayos del sol no penetran jamás, tiene yo no sé qué de agrio, como si no lo debieran respirar los pulmones humanos; el murmullo del agua repercute en ecos lejanos por sonoras cavidades, y parece oirse á las rocas lanzar clamores, unas repercutiendo á lo lejos, y otras exhalando sordos y delicados suspiros en las subterráneas galerías.
Los portugueses porfiaban con mucha eficacia que no habia otra cura para aquella enfermedad que el agrio de limon, con el cual talvez mezclaban agí, ajos y sal: pero el cirujano les mostró el error en que estaban, pues tomando á su cuenta el enfermo que tenian de mas peligro, á dos dias se le dió sano, sin haber aplicado cosa alguna de las sobredichas para matar al bicho, teniendo por cierto que no habia tal animal.
Su mayor placer era salir el domingo con la escopeta al hombro á cazar chimbos en los montes, pajarillos de varias clases, que habían proporcionado un mote á los hijos de la villa. El mayor de los regalos era subirse, en las tardes que no tenía trabajo, á algún chacolín del camino de Begoña á saborear el bacalao á la vizcaína, rociándolo con el vinillo agrio del país.
Eran gentes tostadas por el sol, de agrio hedor sudoroso, la blusa sucia y el ancho sombrero con los bordes deshilachados. Unos eran trabajadores del campo que iban de camino, y al pasar por Sevilla creían natural impetrar el socorro del famoso matador, al que llamaban señor Juan. Otros vivían en la ciudad, y tuteaban al torero, llamándole Juaniyo.
Lo que más le interesaba por el momento eran las indemnizaciones que iba á tomar pronto por los terrenos expropiados en Carrio. Al fin no había tenido más remedio que ceder ante la fuerza mayor. Las tierras iban á ser partidas por el ferrocarril minero, y un puñado de oro iba á caer en sus manos. Lo agrio con lo dulce.
Cuando le hubo tomado juramento y después de las preguntas de reglamento, el presidente le dijo con el tonillo agrio que le era característico: Ahora va usted a decir lo que sepa, pero mucho cuidado con los embrollos, porque la tengo a usted sobre ojo... El abogado defensor, que era un hombre corpulento con largas patillas blancas, protestó contra esta advertencia.
Palabra del Dia
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