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Actualizado: 21 de mayo de 2025
La señora de Montauron, que había dado muy agitada varios paseos por el gabinete aspirando su pomito de sales, posó la mano sobre el hombro de Beatriz, diciéndole: Querida niña, supongo que no te habrá sorprendido que mi primer ímpetu al saber que me dejas haya sido de mal humor... Porque yo siento mucho tu ida, aunque a ti mi contrariedad te tenga sin cuidado... ¡Vamos, hija mía, dame un beso!
Extraño sería, tratándose de una época tan agitada y de un pueblo, que no soltaba nunca las armas, atento sólo á conservar sus recientes conquistas, buscar las huellas de un arte que sólo puede prosperar en la paz.
Concedido esto a la imparcialidad, me encontré sobre las armas a las dos menos cuarto. En seguida bajé al salón donde encontré a la abuela muy agitada. Y bien, Magdalena, ¿te late el corazón? preguntó la abuela con emoción. No, querida abuela, mi corazón está muy tranquilo... El cerebro es otra cosa... Tengo un horrible dolor de cabeza. Muy tonta vas a estar, mi pobre Magdalena.
Vieron esqueletos de docenas de metros de longitud en los desmoronamientos de la Cordillera, agitada frecuentemente por cataclismos volcánicos. Los guías les enseñaron en las inmediaciones de los lagos pieles de reses devoradas, enormes montones de materia seca que parecían excrementos de monstruo.
El sueño, en fin, no es reparacion de las fuerzas, sino una tregua incompleta de la irritabilidad, porque es con frecuencia interrumpida ó agitada por inquietudes, sueños penosos é intranquilos, siendo preciso hacerse violencia para salir de la cama y tardando mucho en poderlo efectuar.
Alfonso y Cabanillas se fueron á la calle, llevados por los grandes grupos en que se descompuso aquella masa de gente. Agitada fué aquella noche en todo Madrid, y es positivo que la autoridad, ordinariamente bastante descuidada y débil, tomó algunas precauciones. En la Fontana quedaban á la madrugada el Doctrino, Pinilla, Lobo, Lázaro y otros.
De pronto le sacan a esta vida agitada.... ¿Y qué es lo que tiene? Leandro era un sobrino carnal de D. Julián, hijo de una hermana que residía en la Mancha. Había venido a pasar una temporada a Madrid y la pasaba alegremente reunido a otros muchachos de la misma edad. Para cierta excursión de campo había pedido a su tío el carruaje.
No sé qué dimes y diretes tuvo aquella mañana con Pepa, pues se oyó el vocear de ambos en el despacho, y hasta lloriqueos y aún porrazos sobre los muebles, signos evidentes de violenta disputa; luego salió la mujer muy agitada, con los pelos desordenados y echando chispas por los ojos, y alguien que la encontró al paso, la oyó decir: ¡No quiere, no quiere! pues veremos si la ley le obliga.
Y de toda esta carrera loca, desesperando a unos, enloqueciendo a otros, trastornando la vida en muchos puntos de Europa, he sacado una consecuencia: o eso que los poetas llaman amor no existe y es una invención agradabilísima, o yo no he nacido para amar y soy inmune, puesto que después de una vida tan agitada, cuando recopilo el pasado, reconozco que mi corazón no ha sentido de verdad... ni esto.
Con todo ¿y si se equivocaba en su estimación? ¿Si bajo aquella elegante envoltura no encontraba luego más que una naturaleza de petimetre sin más propósito que disfrutar de los placeres del mundo, y cuidar en sus horas frívolas de su toilette esmerada y de la elegancia de sus ademanes? Agitada por estos pensamientos indecisos y contradictorios la sorprendió el sueño.
Palabra del Dia
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