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Un mar de pensamientos y de sentimientos se agitaba en su espíritu, como si viniese sobre ellos el más violento huracán, barajándolo y revolviéndolo todo, por donde, en vez de una creación armónica, brotaba el caos tenebroso. De esta suerte, después de soltar la pluma, los codos sobre la mesa, la diestra en la mejilla, se pasaba el Padre largas horas sin escribir y sin hacer nada.

Mirando al muelle cada vez más lejano, con sus personas súbitamente empequeñecidas, fijáronse en un hombre que agitaba el sombrero y abría los brazos haciendo locos movimientos de despedida. ¡Pero si está allí!... ¡Si es el belga, que nos dice adiós!... La noticia hizo correr al pasaje en masa a un lado del vapor. ; era él: todos lo reconocían.

Aún llevaba en sus labios la huella de los besos de Leonora; todo su cuerpo estaba impregnado de su dulce calor; ¡y aquel viejo venía a hablarle del deber, de la familia, del qué dirán, sin acordarse para nada del amor! ¡como si el amor no fuese nada en la vida! Aquello era un complot contra su dicha, y sentía que un impulso de lucha y de revuelta agitaba su voluntad.

Estos manejos, a falta de otros, causábanle una turbación que la entretenía; la emoción del peligro, que agitaba sus nervios, hacíale creer en una pasión. En una palabra, la desgraciada y noble Juana se hallaba en vísperas de la caída más vulgar, cuando un tercer personaje intervino en el escenario.

Caminaba con la cabeza baja, y en medio de las tinieblas en que su alma se agitaba sólo distinguía la figura de Magdalena envuelta en un sudario, y en la soledad de su espíritu sólo oía un eco que sin cesar repetía esta palabra: «¡Morir! ¡Morir

Su alma de mujer de teatro se emocionó lo mismo que cuando se presentaba en las tablas á recibir aplausos. Todos estos hombres se habían levantado en plena noche y estaban allí por ella; los cobres y los parches sonaban para saludarla. La disciplina mantenía los rostros graves y fríos, pero tenía la certeza de que la encontraban hermosa y que detrás de muchas pupilas inmóviles se agitaba el deseo.

Se agitaba trémula y sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, que la constreñía sacudiéndola para expulsar la vida. El papá salió medio loco, corrió por las calles; pero en mitad de una de ellas se detuvo y dijo: «¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento

Con la puntualidad de un cronómetro se despertaba a media noche, a las tres y a las seis, agitaba los brazos, a modo de alas, y gritaba imitando al gallo y despertando a los otros enfermos. Ahora no se despertó nadie. El enfermo que se imaginaba ser un gallo se durmió de nuevo. Todo quedó otra vez tranquilo.

Y a lo lejos, cuando se perdía el tren en la penumbra de los grandes focos eléctricos, Sarrió, asomado a la ventanilla, agitaba su antiguo sombrero cónico. Me paso la mano por la frente como para disipar estos recuerdos.

Allá, en su fantasía febricitante, creyó sentir el cuerno que penetraba traidoramente en sus delicadísimas carnes, ya por un lado, ya por otro; y como por el terror, y antes que sobreviniese el soponcio, le dio la pataleta, agitaba la falda roja y llamaba al toro, o digamos a la vaca, que se le venía encima.