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Actualizado: 5 de julio de 2025
Y ni siquiera podía reconstruir el cercano recuerdo. La cara de Adriana se le representaba cubierta por el dolor. Julio cansaba su imaginación sin lograr que aquellos ojos tomaran para él la dulzura conocida.
Ese día experimentó contra ella un rencor profundo, como si Adriana hubiese faltado al compromiso de una cita.
Y alegremente declaró a su hermana que Adriana tenía celos. ¿Adriana celosa? ¿Celosa de quién? De mí, de mí. ¡Oh, Adriana!, exclamó Carmen tomándole los brazos como pasmada de asombro. ¿En media hora te has enamorado de José Luis?
Inclinándose juntas, se secaron las lágrimas con el ruedo del vestidito negro. Y volvieron a mirarla, más adustas, Raquel con sus claros ojos verdes, Adriana con sus ojos negros, con sus ojos negros y asombrados. ¿Asombrados por qué? Una amargura indecible pasó por el alma de Adriana. La visión se borró. Y quiso recordar otros años aun más lejanos.
Bajo la frente que asomaba como un triángulo de fina blancura entre los mechones del cabello lacio, los hermosos ojos verdes de Raquel brillaban de indignación. Y en el tono de sus palabras había un deseo doloroso de hacerle sentir la maldad de su acción. Pero Adriana miró a Raquel con una sonrisa dulce y como sorprendida. No vale la pena de pelear por un presumido como Castilla.
Ya no había un vestigio de aquella época, la anciana sobrevivía en un presente ruidoso, cuyos ecos sin interés para ella solían llegarle, sin embargo, por la conversación voluble de sus nietas modernas. Cuando la abuela se hubo recogido, y ellas bajaron nuevamente, aquellas historias continuaban flotando como un romántico hálito antiguo sobre las cabezas de Adriana y las Aliaga.
Probablemente estaría al tanto de la ruptura, o del suceso que había motivado aquel estado de mortal lasitud en que había visto a Lagos. Pero Charito le recibió con una mirada compasiva, buena, y comenzó a repetirle sus consejos de otras veces, procurando decepcionarle de Adriana.
Su graciosa actitud hablaba: "¿Qué podrá pasar? Lástima no poder oír lo que éstos van a decirse". Adriana se sentó. Muñoz, mudo, casi no la veía. La impresión de hallarse de nuevo con ella, le infiltraba una extraña insensibilidad. Sin atreverse a mirarla en los ojos, se puso a observar atentamente la gargantilla de perlas en el triángulo de blancura que dejaba el breve escote.
Festéjela, por lo menos durante algún tiempo. Ella sabe hacer olvidar. ¿Está usted segura, Charito, de que Adriana vendrá? ¡Qué obsesión con Adriana! Sí vendrá. Pero escuche. ¿Quiere que le dé un consejo? Cuando llegue Adriana, usted dedíquese a Lucía.
Adriana, para demostrarle que tampoco ella había puesto nada en olvido, le repitió algunas palabras que dijera Julio en aquella ocasión. Y se maravillaba de su propia sinceridad. ¿Sabe usted, agregó, que me dejó sorprendida la seguridad suya cuando se puso a imaginar el elogio de mi alma? Y le pareció advertir de nuevo, como entonces, que brillaba el amor en la mirada de Julio.
Palabra del Dia
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