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Actualizado: 5 de junio de 2025
Es la primera vez que lo veo llorar. Tú lo has hecho llorar con tu cuento del matrimonio. Adormecida por aquella mansa charla, Adriana se puso a pensar que junto a ella, anegado en la misma pena, estaba el hombre elegido por su corazón. Brillaron en su espíritu los maravillosos recuerdos.
Lágrimas de despecho empañaban sus ojos verdes. Adriana se acercó a ella vivamente y le tomó las manos. No te enojes, no hablo así para fastidiarte, sino por un desahogo... Pero se calló, como si la avergonzara demostrarle otra cosa que maldad.
"¿Y este muchacho, pensaba Adriana, este muchacho tan elegantón y tan absolutamente seguro de sí mismo escribía las cartas divinas que dice Camucha? ¿Es posible concebirle protagonista de la novela de amor interrumpida por Zoraida?" Echó involuntariamente una ojeada a Laura, y en el fondo de su dulce y noble mirada, leyó en seguida: "¿Comprendes, ahora, que no podría volver a quererle?"
Podrían verse allí todos los días; no queda un solo banco desocupado y en las avenidas y junto a los lagos desfilan los carruajes apretados, sin poder pasar, todos llenos de chicas que se saludan bajo las sombrillas de claros colores. Adriana no pudo dejar de sonreír, comprendiendo que Charito, a quien no faltaban sus pretensiones literarias, buscaba las palabras escuchándose hablar.
Adriana se lo representaba plegando las rodillas, abatido por el golpe mortal, con los ojos cegados por la sangre de la herida y murmurando una oración, puestos los labios sobre la cruz de la espada. ¡Cuánta melancolía insinuaba en su meditación aquella historia, ensimismada en el secreto como las cosas de la confesión!
Parándose repentinamente ante Adriana, recobraron la habitual expresión seria y grave; luego, en el tílburi cuyas riendas les entregaba un peón de la estancia junto al veredón, reflexionaron vagamente en aquella extraña muchacha con quien jugaran tanto de criaturas, y que ahora, por más que hablaran con ella todos los días, les parecía un ser cuyo espíritu oscuro no penetrarían jamás.
Raquel, agachada bajo los golpes de Adriana, abría un medallón que llevaba al cuello con el retrato de su padre y exclamaba sollozando: "Para que papá vea lo que tú haces". Después, sobrecogida, se echaba a correr, seguida de Adriana y cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas. Pero Adriana ya no corría para pegarle, sino enloquecida de súbita piedad.
Y se alejó con la indiferencia habitual en todas. Aquella noche Adriana soñó que las monjas se hallaban reunidas en un confuso salón, iluminado con grandes arañas, y bailaban formando cuadrillas al compás de una música sorda y lenta, pero que estallaba de repente en sonidos agudos y torbellinos de estruendo.
"Adriana, mi único desahogo es escribirte aquí, en estas páginas que nadie ha de leer nunca.
Ya no pudo pensar en ella como en una Beatriz inmaterial; sus pensamientos se quedaban abajo. Y vio lucir en el aire, reflejados desde el fondo de su espíritu, los ojos turbios de la Angustia. Muñoz entró en casa de Charito sin esperanzas de encontrarse con Adriana, pero sí con la idea de que su amiga pudiese darle noticias de cómo andaban sus relaciones con Julio.
Palabra del Dia
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