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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Venía subiendo la escalera, y me entró tal rabia, que me pregunté a gritos: ¿Pero cómo se llama, cómo se llama?.... Me acordé al entrar en la casa. Hoy estaba haciendo una medicina para un enfermo de los ojos, y en vez del sulfato de atropina puse el de eserina, que es la indicación contraria. Si no lo advierte Ballester... ¡qué atrocidad!, dejo ciego al enfermo... No puedo trabajar.

Lastimado por la frialdad del público, que no sabía a qué atribuir, no me acordé de ir a almorzar: tan pronto la achacaba a la poca o ninguna afición que hay en España a la literatura, como a la falta de anuncios: unas veces pensaba que en la primavera no es conveniente fundar periódicos; otras me entregaba a la superstición imaginando que no debimos comenzar a imprimir el nuestro en martes.

, y para siempre... dijo Carlos. Para la vida... contestó Anita. Sus bocas se encontraron y él la estrechó contra él en un abrazo convulsivo. Cayendo a sus pies, la guitarra despidió un sonido dulce y armonioso, como el último acorde de un órgano. Carlos miraba a su mujer con esa mirada que va al corazón, que hace estremecer de amor, que hace daño.

Me acordé de profetas, de patriarcas, de reyes santos: unos eran más de cuatro, otros menos, otros ya se habían pintado o esculpido. Entonces pinté primero la Fe... ¿Cómo? preguntó San Pedro. Hermosa, vendada, las vestiduras blancas, en una mano las tablas de la ley, en otra la palma del martirio, y toda ella iluminada por el sol, padre de la vida. No estaría mal. Luego pinté la Esperanza.

Diríase que era el genio protector de aquel lugar, el duende del Círculo Rojo; las notas del mantón, del pañuelo, de las flores y cintas se reunían en un vibrante acorde escarlata, a manera de sinfonía de fuego. Adelantose intrépida la muchacha levantando en alto el ramo y recogiendo, con el brazo libre, el pañolón, cuyos flecos le llovían sobre las caderas.

Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran azotea, contemplándonos con ansiedad; y todas estas ideas y sensaciones llevaron finalmente mi espíritu hasta Dios, a quien dirigí una oración que no era Padre-nuestro ni Ave-María, sino algo nuevo que a se me ocurrió entonces.

Aquella impresión seria no le sentaba, y hubiera podido decirse, que estaba aburrido. Me confirmé en esta opinión, observando que trataba de ahogar algunos intempestivos bostecillos. Entonces fue cuando me acordé de pronto, de la satisfacción que yo sentía siempre que él tocaba sus valses y sus danzas.

875 Esta me da con el pie, aquella otra con el codo: ¡ah, viejas, por ese modo, aunque de corazón tierno, yo las mandaba al infierno con oraciones y todo! 876 Otra vez, que como siempre la parda me perseguía, cuando yo acordé, mis tías me habían sacao un mechón al pedir la estirpación de todas las herejías.

En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya; y visto por que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acordé de lo hacer.

¿Te acuerdas cómo se burlaba de tu pobre padre? «Este chiquillo decía en la sacristía es un Sixto V.» «¿Qué quieres ser?», me preguntaban. Y yo respondía siempre lo mismo: «Arzobispo de Toledo.» ¡Y poco que se burlaba el buen sacristán de la seguridad con que hablaba yo de mis pretensiones! Cuando me consagraron obispo, cree, Tomasa, que me acordé mucho de él, sintiendo que hubiese muerto.

Palabra del Dia

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