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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Viéndola reír, se expresó así: «Pues con el sueñecito que he echado perdí la situación, chica, y al despertar, no me acordaba de que habías quedado ahí... Y viéndote ahora, me decía yo, en ese estado de torpeza que divide el dormir del velar: ¿pero es ella la que veo? ¿Cómo y cuándo ha venido a mi casa?».

Está bien, yo me encargo de curarte la enfermedad. Se acordaba de la impresionabilidad extraordinaria, de los terrores nocturnos que avergonzado le había confesado Luis en momentos de expansión. Principió a darle sustos terribles. Tan pronto se escondía detrás de una puerta y le gritaba fuertemente al pasar, como la cogía descuidadamente y la apretaba el cuello.

¿Pues?... ¡Ah, !... No me acordaba que debo presentarle a su Julieta... ¡Oh! ¡La juventud!... ¡el amor!... ¡Qué pena para ver esas cosas ya de lejos! añadió con un suspiro. Pero sus ojos codiciosos, atrevidos, dirigiéndose al mismo tiempo hacia una hermosa mujer sentada cerca del mostrador, pregonaban bien claro que no andaban tan lejos como decía.

La sonrisa del cura le inquietaba, le hacía subir los colores al rostro. ¡Era tan fina y maliciosa! Es verdad, señorito... es verdad... es verdad... No me acordaba... Pero no tiene usted más remedio que ir á Madrid, señorito... no hay más remedio... Aquí se aburre usted... necesita usted más campo. Los jóvenes de provecho no pueden estarse en las aldeas toda la vida.

En la noche siguiente se repitió la misma tortura, acabando con la quebrantada energía del gaucho. Sintió un terror pueril al pensar que este suplicio podía repetirse todas las noches. Se acordaba de lo que había oído contar sobre los tormentos que la justicia aplicaba en otros siglos á los hombres.

La hija de su hermano el médico, una muchacha que hasta ahora ha ido por el mundo cantando óperas. no te acordarás del doctor Moreno, que tanto dio que hablar en sus tiempos... ¡Vaya si se acordaba! No necesitó poner en tortura su memoria. Aquel nombre aún se conservaba fresco entre los recuerdos de la niñez.

Don Rodrigo es un miserable dijo doña Catalina, que se acordaba de la insolente carta que don Rodrigo la había enviado el día anterior y de la que hablamos al principio de este libro. Mi tío confiaba ciegamente en él. El duque de Lerma es muy confiado. Es, sin embargo, muy prudente. Pero don Rodrigo más falso. ¿Qué decís? Don Rodrigo quería alzarse con el santo y la limosna.

Dando con su abanico un golpecito en la rodilla de Refugio, pronunció estas palabras, a las cuales hubo de dar, no sin esfuerzo, un tonillo ligeramente cariñoso: «Vaya, mujer; préstame ese dinero». ¿Qué? preguntó Refugio sorprendida. ¡Ah!, el dinero. Crea usted que no me acordaba ya de semejante cosa... ¿Pero qué, tanta falta le hace? ¿Es tan fuerte el sofoco?

Y se acordaba de las cartas que había escrito ese día para anunciar su partida, cartas en que la tristeza de la renuncia a una adoración que presentía dominante, se ocultaba, se descargaba en acusaciones a la vulgaridad del lugar y de sus pobladores.

A la mañana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscú se presentó con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de Física, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos días antes, le había fabricado un aparato para que Gillespie pudiese escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios en la vida de los pigmeos.

Palabra del Dia

bagani

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