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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Como don Melchor nada podía oponer a este justo y laudable propósito, pocos días después Gonzalo recorría algunas casas de parientes y amigos, donde hacía años que no ponía los pies, para despedirse, y una tarde apacible y bella de primavera se embarcaba en el bergantín redondo Vigía con rumbo a la Gran Bretaña. ¿Se acordaba de Cecilia? No lo sabemos.
Penetraba por lo más sombrío de las enramadas, anhelando ver algún prodigio espantable, algún signo, algún aviso que le retrajese. Se acordaba a menudo del estudiante Lisardo, y ansiaba ver su propio entierro.
Cuando la llevaron a su cuarto, el volver en sí fue la vuelta de la desesperación y de los gritos; pero ya no se acordaba de la religión, sino de la libertad, y decía: «Que me saquen de aquí. Señor Nones, yo firmaré lo que usted quiera con tal que me saquen de esta basura. Quiero aire, calle, mi baño, mi casa, vestirme como debo, y ser honrada y feliz».
Piensa alguna nueva combinación maravillosa decía Torrebianca á su amigo . Es admirable la cabeza de este hombre. Pero Robledo, sin saber por qué, se acordaba otra vez de sus inquietudes y las de tantos otros allá en Buenos Aires, cuando habían tomado dinero en los Bancos á noventa días vista y era preciso devolverlo á la mañana siguiente.
Antes de desembarcar en la isla, recibió carta del Conde de Devonshire haciéndole saber que el Rey no le acordaba licencia de entrar en sus Estados por tener de él muy mala opinión y merecer á lord Cecil odio y desprecio . No había motivo para tenerse por lisonjeado; no se dió tampoco por entendido: con la atrevida inconsideración genial puso pie en tierra, avanzando hasta Canterbury, desde cuya ciudad escribió al Rey larga carta en latín, manifestando la extrañeza que le había causado recibir una orden inusitada en vez de los favores que se le habían hecho esperar.
Pue, que investigó el asunto un siglo más tarde, creía igualmente, y uno de sus recientes sucesores en el mismo empleo cree también á puño cerrado, que Perla no solo vivía, sino que estaba casada, era feliz, y se acordaba de su madre, y que con el mayor contento habría tenido junto á sí y festejado en su hogar á aquella triste y solitaria mujer.
El, Sinong el apaleado, se acordaba de sus dos magníficos caballos que para preservarlos del contagio había hecho bendecir segun los consejos del cura gastándose diez pesos: ni el gobierno ni los curas habían encontrado mejor remedio contra la epizootia y con todo se le murieron.
Y nada más... Total, que por poco la mata el condenado pintor de árboles... Lo que más quemaba a este era que la infidelidad había sido con un íntimo amigo suyo, pintor también, autor del cuadro de David mirando a... Fortunata no se acordaba del nombre, pero era una que estaba bañándose... A ninguno de los dos artistas quería ella; por ninguno de los dos hubiera dado dos cuartos, si se compraran con dinero.
Apenas recordaba vagamente su rostro pálido asomando entre las sábanas del lecho cuando le llevaron a darle un beso algunas horas antes de morir. Se acordaba también de que aquel mismo día todo el mundo le abrazaba y le besaba llorando, lo cual le había llamado la atención hasta hacerle preguntar: «¿Por qué lloráis todos hoy?»
¿Por qué? preguntó el conde. Por nada. Un episodio de nuestras campañas. ¿Se acuerda usted, capitán? ¡Si se acordaba!
Palabra del Dia
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