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Actualizado: 11 de mayo de 2025
A pesar de lo espacioso del puerto de Apra, desde luego aconsejamos al navegante, no se aventure en sus aguas sin llevar práctico, pues la situación del anclaje por razón de los abrigos que preserven en lo que cabe los fuertes temporales de Oeste á Noroeste, á cuyos cuadrantes tiene pocos resguardos el puerto, y el sinnúmero de escollos que se extienden desde el sitio denominado la Caldera, á la playa, son innumerables.
Dígalo si no la familia que en este momento hace su entrada triunfal en uno de ellos y permanece en pie despojándose de los abrigos, mientras los espectadores divierten por un instante la vista de la escena y la fijan en ellos, hasta que se sientan. Son los señores de Belinchón.
Bien habían bromeado con Nelet y el cochero del señor López. Comenzó la confusión de la despedida. Buscaban los abrigos abandonados sobre los muebles; olvidaban dónde habían dejado el sombrero; recogían los velillos rotos en el revuelto montón de prendas, y transcurrió más de media hora antes de que todos estuvieran listos.
Los costosos y pintorescos abrigos de éstas chillaban debajo de las bombillas eléctricas. Los caballos piafaban, los lacayos gritaban, y los coches, al acercarse lentamente a la escalinata, hacían crujir la arena de los caminos. Sonaban golpes de portezuelas, ruido de besos, voces de despedida.
Una pareja de guardias de caballería permanecía al lado de la verja del jardín manteniendo el orden en los coches, ayudada de algunos agentes de orden público. El guardarropa, construído nuevamente, era una estancia lujosa donde todo estaba prevenido para que los magníficos abrigos, sereneros o salidas de baile, como ahora se nombran, no sufriesen el más mínimo desperfecto.
En el tocador yacían los frascos de pomada y esencias que ella usaba, a medio consumir; en las perchas colgaban algunos de sus abrigos y sombreros. Su imagen graciosa, su blonda cabeza deslumbradora, parecía que iba a parecer detrás de las cortinas. El ambiente estaba embalsamado aún con su perfume habitual.
Pero ¡ay! no lo guardaron los fementidos abrigos, que al llegar muy empaquetaditos de la silla de posta, y al ofrecerse a las miradas ansiosas y zahoríes de sus cuatro dueños, lo pregonaron muy alto, por lo pobre de la ornamentación y lo chapucero del cosido. Estos abrigos no están hechos en Madrid dijo resueltamente Micaela, que era la más nerviosa de las cuatro. ¡Hija, no desbarres, por Dios!
Una vez en la trastienda, que era una sala cuadrada bastante sucia, vestida de estantería de madera llena de piezas de paño y sembrada, sobre todo hacia los rincones, de multitud de objetos polvorientos y enmohecidos, las señoras se despojaron de sus abrigos. En el centro había una gran mesa cubierta con tapete azul, y colgando sobre ella una lámpara idéntica á la de la tienda.
El gigante, por todo saludo, me estrechó la mano en silencio, con dos tremendas sacudidas que a poco me desarticulan el brazo por el hombro; su nieta y su hija, con los ojos empañados, me pidieron, mientras comenzaban a desliarse los abrigos, y en voz muy baja algo temblorosa, las noticias de cajón sobre el estado actual de mi tío.
Los hombres, fuertemente arropados con gabanes rusos o entre los embozos de las capas, fumaban puestos en filas, viendo a las damas que bajaban las escaleras de mármol, cuchicheando o cubriéndose los desnudos hombros con costosos chales o vistosos abrigos.
Palabra del Dia
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