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Actualizado: 22 de mayo de 2025


La anciana sonrió dulcemente, y salió del comedor. A poco apareció en la puerta, mostrándome la carta deseada. ¿Qué me das por esto? Un abrazo. ¡Es poco! Un beso. Es poco. Pues entonces, ¿qué quiere usted? ¡Tu cariño! ¡Tu cariño, muchacho, que con eso me basta! La señora llegó hasta , me abrazó, me acarició dulcemente, y puso delante de la carta de Linilla, diciéndome: ¡Ay, Rorró!

4 Y Esaú corrió a su encuentro, y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron. 5 Y alzó sus ojos, y vio las mujeres y los niños, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y él respondió: Son los niños que Dios ha dado a tu siervo. 6 Y se llegaron las siervas, ellas y sus niños, y se inclinaron. 7 Y vino Lea con sus niños, y se inclinaron; y después llegó José y Raquel, y también se inclinaron.

Y, levantándose, abrazó al licenciado, y quedaron más amigos que de antes, y no queriendo esperar al escribano, que había ido por la espada, por parecerle que tardaría mucho; y así, determinaron seguir, por llegar temprano a la aldea de Quiteria, de donde todos eran.

Clementina sintió una vibración en el alma que a un psicólogo le costaría mucho trabajo definir. Fué una mezcla de dolor, de asombro, y acaso también, de un poquito de alegría. El dolor predominó, no obstante, y abrazó a su madrastra y la besó cariñosamente repetidas veces. ¿Qué está usted diciendo ahí?... ¡Morirse! No: yo no quiero que usted se muera. Usted me hace mucha más falta que su dinero.

He aquí el discurso que le dirigió el de la bata, pasadas las primeras formalidades del saludo y del abrazo: «Amigo mío: estás en tu casa, elige la habitación que más te agrade y establécete en ella con toda libertad. Yo almuerzo solo, á la una y como á las ocho de la noche. Tendría mucho gusto en que me acompañaras á la mesa; pero si estas horas no te acomodan, puedes escoger otras para ti.

Allí, en breves razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos; allí abrazó el oidor a Zoraida; allí la ofreció su hacienda; allí hizo que la abrazase su hija; allí la cristiana hermosa y la mora hermosísima renovaron las lágrimas de todos.

Pepe clavó los ojos en aquél hombre, y luego, poniéndose a pocos pasos y a su espalda, le llamó en voz baja, casi con timidez: ¡Tirso! Volviose de pronto el recién llegado, y entonces el muchacho le abrió los brazos, diciendo: Soy Pepe. El abrazo que se dieron fue largo y apretado, sincero tal vez, pero de fijo nadie lo sabrá nunca.

Perdón, ciudadano; me veo obligado a dejarle. Como usted quiera, mi sargento, y gracias. Si vuelve usted a ver a Gaspar, dígale que le lleva un abrazo de Juan Claudio Hullin y que esperamos noticias suyas en la aldea. Bien..., bien..., no dejaré de hacerlo. El sargento salió, y Hullin vació su jarro, muy pensativo. Señor Wittmann dijo al cabo de un momento , ¿y mi paquete?

María comprendiendo aquel movimiento de cariño, corrió velozmente hacia la señorita, y apoyando su cabeza en el seno de ella, murmuró entre gemidos: ¡Por Dios!... ¡déme usted un abrazo! Florentina la abrazó tiernamente. Entonces, apartándose con un movimiento, o mejor dicho, con un salto ligero, flexible y repentino, la mujer o niña salvaje subió a un matorral cercano.

Matildita, llorando de emoción, me pidió permiso para darme un abrazo, el cual le otorgué generosamente. Tuvo que subirse a una silla para hacerlo. La verdad es que, a pesar de su petulancia, que nada tenía de ofensiva, era una buena chica la hija de mi huéspeda.

Palabra del Dia

bagani

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