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Pensó lo siguiente: «En todo soy desgraciado, hasta la Providencia es injusta conmigo; me castiga cuando no lo merezco: cien veces habré olido a polvos de arroz, y nada... y hoy... hoy que no hay de qué... hoy que no lo he...». De repente, se acordó de Mochi, de su abrazo y de que, en efecto, las lágrimas de borracho con que le había mojado, le olían a polvos de arroz. «¡Malditísimo marica! pensó ; fue él, el sobón del tenor Mochi.... y ahora, ¡qué conflicto!, ¡qué tormenta!

De pronto advirtió con inquietud que Julio ya no estaba con ella. Al mismo tiempo se abría la puerta de la alcoba; asomó una cara pálida, que se puso a mirarla con triste asombro. Reconoció a Laura y dio un grito. Pero Laura, precipitándose, se abrazó a ella.

¡Bueno... bueno! dijo con mucha dificultad, y con voz tan débil, que apenas la oíamos. ¡Quiera Dios que me encuentres viva! Estoy muy mala... pero... ni ésta ni Sarmiento quieren creerlo. ¡No tía! prorrumpí, riendo. Está usted nerviosa y por eso se siente usted tan débil.... Vaya... vaya, me dijo sonriendo dolorosamente dame un abrazo....

Entró Leonor en este instante, y en el punto de verla, fue como si los torrentes de llanto apretados por la agonía se saliesen al fin de sus ojos; no dijo palabras, sino inolvidables sollozos; y se lanzó al encuentro de su hija, y se abrazó con ella estrechísimamente.

El niño lanzó un grito de alegría, enlazó con un abrazo el cuello de su padre y con el otro el de su madre, acercando sus cabezas y cubriéndolas sucesivamente de besos. En aquel instante se abrió la puerta y dio entrada al marqués de Elda. Papá marqués gritó su nieto , mañana nos vamos todos. ¿De veras? preguntó el marqués a su hija.

Un fuerte abrazo dio la marquesa a D. Francisco, deseándole con toda el alma completo restablecimiento; besó a los niños, y por último, se despidió de su amiga en la puerta con toda suerte de mimos y caricias.

Doña Beatriz abrazó y besó cariñosamente a su marido, y él correspondió con no menor cariño. Cuídate mucho, Braulio, y vuelve cuanto antes dijo doña Beatriz. Adiós, querida mía. Pronto estaré de vuelta contestó don Braulio. En seguida bajó la escalera, viéndole bajar ambas hermanas, que hasta la puerta, al menos, le habían acompañado. A poco se oyó rodar el coche en que don Braulio iba.

Te repito que es una mala muchacha, y si hoy encuentro a Castilla le daré un abrazo, de todo corazón. Y serás también un cobarde y un desdichado. Ya te ha mareado. El diablo debiera llevársela. Se quedaron callados, Julio quiso despedirse. Lucía, acercándose, le retuvo, mientras parecían sus ojos preguntar a uno y a otro: "¿Y cómo han arreglado el asunto estos dos rivales?"

¿No me haces ningún encargo? me preguntó entre llorosa y risueña. , tía. La ropa limpia. Con ella el traje nuevo. ¿Y nada más? Nada más. ¡Ah! Si escribe Angelina mándeme usted las cartas. Las mete usted en otra cubierta. A mi buen Andrés muchas cosas. Y adiós, tía, que no hay tiempo que perder.... ¡Vaya, un abrazo, señora mía! ¡Otro a usted, señora Juana! Cuide usted de mis pájaros y mis flores.

Sobrinita díjome atrayéndome a , he llegado casi a desear que no se cumplan mis deseos. Le miré asombrada, porque tenía la firme convicción de que no habría visto nada. Contesele con mucha sangre fría, que ignoraba lo que quería decirme, que era muy feliz, y que hacía votos para que todos sus proyectos tuvieran éxito. Me abrazó con cariño y se retiró.